Al disparo de cohetes y general
repique de campanas amaneció el día 31, día destinado por la Asociación de
Hijas de María de esta villa, para rendir sus homenajes a María Inmaculada.
A las siete, se celebró la Comunión
general, a la que asistieron casi todas las asociadas, pasando a recibir el Pan
de los fuertes con admirable compostura.
A las nueve empezó la misa mayor, en
la que ocupó la sagrada cátedra el elocuente y nunca bien ponderado orador
doctor don Juan Mugueta, catedrático del seminario, quien con frases nuevas,
lenguaje poético y arranques sublimes, nos propuso a la Reina de cielo y tierra
como el refugio y escudo donde se deben acoger la conciencia, la familia y la
sociedad, crudamente combatidas en los tiempos actuales, saturados de progreso
anticristiano.
Seguir al señor Mugueta en el
desarrollo de su tema sería una temeridad; solo diré que su oratoria deleita,
convence y termina uno por admirarle, viéndole naturalmente remontado en las
esferas de su florido lenguaje.
A pesar de estar la iglesia
completamente llena de fieles, era tal el silencio que parecía temían respirar
por no perder una palabra de tan distinguido orador. Por la tarde, después de
las vísperas, rosario y ejercicio del mes, se organizó la procesión formada por
los distintos coros de las asociadas, que acompañadas por numeroso pueblo, la
daban un aspecto fantástico. Las Hijas de María lucieron sus argentinas voces
durante el trayecto, cantando con exquisita afinación el Himno de la
Asociación, compuesto por don Bonifacio Iraizoz.
Llegados a la iglesia volvió a subir
al púlpito el incansable señor Mugueta, que puso digno remate a su obra y cerró
con broche de oro, el precioso artefacto, comenzado en su discurso de la
mañana.
¡Bien por el señor Mugueta! ¡Bien
por las Hijas de María de Pitillas! y muy bien por todo el pueblo, que con
tanto entusiasmo, ha obsequiado a su Reina y Madre!
El Corresponsal.
Pitillas, 1º de junio de 1.914
Diario de Navarra. Nº 4.147
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