CAPITULO V
ÚLTIMA SORPRESA Y DISPERSIÓN DE LOS REALISTAS A LAS ORDENES DEL SEGUNDO COMANDANTE, D. JUAN VILLANUEVA, EN LA VILLA DE UJUÉ EN 11 DE ENERO DE 1.822
El insigne Villanueva a pesar de la derrota y dispersión general que había sufrido en Larrainzar por un triste conjunto de circunstancias, que de ninguna manera podían evitarse; y no obstante de la infausta sorpresa de Nagore, que acababa de verificarse en la columna de D. Santos con una total disipación de la misma, concebía todavía esperanzas lisonjeras de reunir los dispersos de ambas columnas, y continuar con ellos en la más difícil, ardua y expuesta de las empresas humanas. Queda solo entre los principales que había delineado este plan; y aun no cree imposible su ejecución y su éxito feliz; ¡Cuánto puede producir de entusiasmo y de ideas sublimes en un alma grande, noble y generosa el amor vehemente de la Religión y del Rey!
Con este noble objeto pasó con unos 60 hombres desde Yesa a Ujué, a donde llegó entre cuatro y cinco de la tarde. Se alojó en el extremo del pueblo y colocó su gente en las casas inmediatas; cubrió los puntos y avenidas del enemigo con avanzadas y centinelas de la mayor confianza, particularmente la parte de Gallipienzo, donde se hallaba una pequeña columna contraria a las órdenes del coronel Tabuenca; y obligado de una fuerte destemplanza catarral que padecía, se retiró a descansar afianzado en las medidas de seguridad que había tomado y en la más constante y jamás desmentida lealtad de los habitantes de este pueblo realista, que se desvivía por auxiliar a porfía a los que defendían la buena causa. El enemigo, que sabía muy bien la ciega adhesión de esta villa hacia los voluntarios realistas, al mismo tiempo que su odio y ojeriza a los partidarios del sistema constitucional, no dudaba que todos los puntos y pasos regulares de su tránsito para la misma, estarían ocupados con dobles avanzadas y centinelas; y por lo mismo, dejando los caminos triviales y caminando una parte de la noche, se dirigió por la derecha al pueblo de Sabaiz, por cuyo punto tomó su marcha para Ujué, entrando al amanecer en esta villa por la parte opuesta al camino de Gallipienzo y demás sitios donde estaban colocadas las avanzadas. Por este ardid y astuto medio logró la completa sorpresa que intentaba contra la pequeña columna realista situada y alojada en esta villa.
Los tiros que disparaba el enemigo por las calles, sus feroces y sanguinarios aullidos de muerte y los lastimeros clamores y ayes de los inocentes moribundos fueron los primeros avisos que tuvo Villanueva de la entrada de sus contrarios en el pueblo. En este lance, lejos de rebajarse un punto la grandeza de su valor y fortaleza, recibe un aumento extraordinario a la vista del peligro. Sale de su alojamiento montado en su caballo y con sable en mano, acompañado de D. Francisco Ibarrola y D. Pedro Ozcoydi, y queriendo huir por una calle, la encuentra bien cerrada por el enemigo, quien le tira una descarga, a cuyas resultas queda traspasado de balas y herido mortalmente su caballo. Se retira hacia la plaza, y se halla también al frente del enemigo. Toma su dirección por otra calle, pero se mira igualmente embarazado por las bayonetas contrarias. En este estado, viéndose acometido por todas partes, se arroja contra los que cerraban su tránsito, quienes aterrados de su terrible y espantoso denuedo, se vieron en la necesidad de abrirle el paso, por no perecer al filo de su furioso y centelleante sable. Sale del pueblo con su agonizante caballo y el enemigo le sigue a sus alcances, particularmente en la bajada del mismo, donde no era posible dar una carrera. En este momento el valiente y leal paisano Pedro Gorría, de esta misma villa, se presenta contra el enemigo en una altura inmediata y arrojando furiosas piedras contra el mismo, con los gritos siguientes: “Formación voluntarios, y venid acá, donde hemos de acabar con la canalla”, logró que se detuviesen los que perseguían a Villanueva, quien tomó entonces alguna ventaja y pudo por este medio salvarse de aquel peligro. Apenas había andado una legua de camino cuando expiró su caballo a causa de las mortales heridas recibidas poco ha en las calles de Ujué; pero quiso la providencia divina que un buen potro de D. Agustín Esparza, alias Catachuan, oficial realista, corriese de una cuadra de Ujué y siguiese a carrera abierta al caballo de Villanueva, sin separarse un punto de su lado, en el cual montó enseguida que le faltó el suyo. Acaso feliz, que los católicos realistas de esta villa atribuyesen piadosamente al patrocinio milagroso de Nuestra Señora de Ujué. Así se vio libre Villanueva de uno de los peligros más terribles e inminentes en que puede verse el hombre en la infausta alternativa de la guerra. Conoció entonces que no era llegado todavía el suspirado momento de la restauración del trono y del altar y corrió al instante a unirse a sus compañeros en Francia, donde permaneció hasta el segundo más venturoso levantamiento, en compañía de su esposa, que también había salido de Pamplona con él.
En esta fatal sorpresa perecieron en manos del enemigo seis de los realistas, entre quienes se cuenta D. Manuel Molís, beneficiado de Úcar y capellán de Villanueva, y el teniente coronel D. Joaquín de Navarlaz, dos soldados y dos paisanos. Cayeron también unos pocos prisioneros, entre los cuales se hallaba D. José Miguel Navarro, secretario de Villanueva, los que cubiertos de golpes y de amenazas de muerte, fueron conducidos a los calabozos de la ciudadela de Pamplona, salvándose los restantes al amparo y abrigo de los habitantes leales de esta villa.
No es posible poder dar una idea de toda clase de amenazas, de males y atropellos que padeció este pueblo leal con el motivo de esta jornada funesta. El cabildo eclesiástico, el ayuntamiento y generalmente todos los vecinos, estuvieron expuestos a sortear sus vidas por parte del infernal Tabuenca y demás jefes de las hordas revolucionarias, quienes evidenciados de sus sentimientos contarios al sistema constitucional por su general decisión a favor del Rey nuestro Señor, en cuya defensa habían tomado las armas hasta 100 de sus jóvenes valientes, miraban a esta villa como un asilo y refugio seguro de los realistas de Navarra y de todas partes.
Aunque esta sorpresa puede llamarse la conclusión final y decisiva del primer levantamiento de los voluntarios realistas de Navarra, quedaron sin embargo diseminados por este leal suelo algunos pocos jefes subalternos, que permanecieron en él hasta el segundo más feliz rompimiento, haciendo de cuando en cuando varias correrías contra el enemigo. Estos valientes oficiales fueron D. Pedro Echegoyen, alias Perito; D. Agustín Esparza, conocido por Catachuan; D. Antero Dancausa, D. Ramón Jáuregui y D. Francisco Armengol. El primero tuvo la desgracia de caer en breve en poder de una partida enemiga mandada por el capitán D. Manuel Gurrea, y aunque pudo salvar la vida en medio de los ultrajes y amenazas más terribles, sufrió en los calabozos de Pamplona los horrores y padecimientos casi equivalentes a la muerte. Los restantes se burlaron siempre de las más vivas persecuciones de las columnas enemigas, a quienes hicieron estar en unas continuas marchas y movimientos, causándoles por este medio fatigas y trabajos que no es fácil calcularlos y analizarlos hasta su punto. Estos restos de la división Navarra fueron como el sostén del espíritu público realista, la esperanza de los leales, el terror y centinela de los extraviados y la avanzada permanente de los jefes principales, que refugiados en Francia, estaban coordinando mejor la entrada en este reyno, para el segundo levantamiento, que había de contribuir eficazmente a la restauración más completo del trono y del altar.