Hace años, los pequeños problemas
cotidianos entre vecinos, se solucionaban en sesiones públicas que se
celebraban de manera periódica, presididas por el alcalde, quien era el
encargado de impartir justicia. Estos actos se llamaban audiencias y sus
desarrollos y sentencias se recogían en un libro que tenía el mismo título. Es
uno de los aspectos de la llamada jurisdicción baja y mediana.
En estos Libros de Audiencias
aparecían demandas sobre hurtos, reclamaciones de daños en heredades, impago de
sueldos de criados, pequeñas deudas, riñas, etc.
Recordemos que entre Ujué y
Pitillas había cierta unión en relación principalmente a este aspecto de la
jurisdicción. Estas audiencias eran presididas casi en su totalidad por el
alcalde de Pitillas, en muy pocas ocasiones lo eran por el de Ujué, por razones
prácticas.
Bueno, pues finalizaba el año
1.686 y Pitillas se encontraba inmersa en una petición al Rey para que les
concediese poder ejercer su jurisdicción de forma totalmente separada de Ujué. Ésta
veía que su “barrio” se le independizaba. Y como en otras ocasiones, la
reacción de la cabeza, Ujué, fue la de demostrar su poder y humillar a su
miembro, Pitillas.
Entonces, Marcos Saldías, alcalde
de Ujué, decidió tener audiencia en su barrio Pitillas, y para que nada ni
nadie buscase pretexto y tenerlo todo bien atado, de víspera, mandó al nuncio o pregonero de Pitillas publicar su disposición
por los lugares acostumbrados de la villa, señalando la hora y lugar. Así lo
hizo.
A continuación, el Regimiento o
Ayuntamiento de Pitillas, formado por Antonio Esparza, alcalde, y los regidores
Juan de Esparza y Juan Castellano, se reunieron y montaron su estrategia para
impedir que el alcalde de Ujué pudiese realizar tal acto.
El 24 de octubre de 1.686, al
salir el sol, Saldías, con la asistencia de su escribano y otras personas que
le acompañaban para hacer de testigos y saborear la ofensa, habiendo llegado a
la puerta de la Casa de las Audiencias, comprobaron que la puerta estaba
cerrada con su candado.
El alcalde Saldías mandó al
nuncio fuese a buscar la llave a casa del regidor Juan Esparza. Al cabo de un
rato volvió con las manos vacías. Esparza no tenía la llave.
Se repitió la operación en casa
de Juan Castellano. La respuesta fue la misma: no sabía nada de la llave.
Ya enojado, Saldías lo mandó a
casa del alcalde de Pitillas. El nuncio fue recibido por la mujer de Antonio
Esparza, alcalde, quien le dijo que su marido no se hallaba en casa y ella no
tenía la llave.
Saldías no sabía a quién acudir;
pero como no podía dejar de tener audiencia, pues sería para él una gran ofensa,
se le ocurrió llamar al herrero para que abriese la puerta como mejor pudiese.
Efectivamente, el herrero, con un escoplo y un martillo, sacó una sortija del
candado y abrió la puerta.
El alcalde pudo entrar en la sala
a celebrar su Audiencia y según el documento, así lo hizo; pero dudo que
hubiese quién acudiese aquella mañana a hacer sus reclamaciones ante autoridad
extraña.
Después de celebrada la sesión, como dicha puerta
quedaba abierta, habiendo dentro de la sala unos tablones para mesas y asientos,
dos picas, diez frascos de munición (cinco grandes y cinco pequeños) con sus
bandoleras de baqueta y cinco arcabuces de guerra, volvió a llamar al alcalde
para que se hiciese cargo de todo el material.
Al cabo de dos horas apareció Antonio Esparza, y
Saldías, para que no pretendiese ignorancia, le hizo notorio el auto que había
redactado el escribano de todo lo sucedido y relación del material bélico que
había.
El alcalde de Pitillas, una vez oído su contenido, repuso
con soberbia, que la llave estaba en su poder.
Probablemente nunca más se repitió el hecho, pues el
Rey, en pocos meses, concedió a Pitillas su separación jurisdiccional de Ujué.