31 de octubre de 1.913, viernes.
De Pitillas
Eran las cuatro de la mañana; la copiosa lluvia con que empezó la
noche, aumenta el caudal del río Cidacos; la tierra, empapada por las lluvias
anteriores, despide las aguas que al reunirse bajan presurosas al cauce
ordinario, incapaz ya de contener las que había recogido, y al recibir el nuevo
impulso se extiende por ambos lados inundando un barrio de esta villa; las
casas, de reciente construcción, están habitadas por varias familias que ayudadas
de sus deudos van desalojando los edificios; no así las familias de los
guardias; éstos, fieles al cumplimiento de su deber, salen obedeciendo órdenes
superiores, ajenos al peligro que muy en breve habían de correr las esposas e
hijos; varios habitantes del pueblo, reunidos donde empieza el barrio,
contemplan el cuadro que ofrece el agua, avanzando majestuosa; de pronto, D.
Atanasio Balda, que acaba de poner en salvo a su familia, pregunta por las
familias de los guardias, como nadie contestara, con ánimo esforzado y dando un
elevado ejemplo de caridad sublime, se lanza contra la corriente que se opone a
su paso; el agua invade las casas alcanzando una altura de más de un metro en el
interior; después de grandes esfuerzos para resistir el empuje de las aguas
encauzadas por la pared de la calle, logró asirse a una reja del cuartel y
elevándose a ella ayudado por las mujeres desde uno de los balcones, penetró
por él y bajó con una de aquellas saliendo por la puerta.
Puesta en salvo la primera, vuelve seguido entonces de otros que con
caballerías acuden al salvamento, logrando verificarlo feliz y oportunamente,
pues las aguas subían por momentos, si bien descendían luego a causa del
derrumbamiento de una pared de una huerta de donde hallaron salida.
No quiero omitir los nombres de esos vecinos para que les sirva de
satisfacción la publicidad de sus hechos meritorios y el homenaje de mi
admiración por su humanitario y heroico proceder, Atanasio Balda, Faustino Lasheras,
Hermógenes Hermoso, Cándido Díaz, José Induráin y Pedro Induráin.
Recibid mi felicitación más entusiasta y que el cielo premie vuestras
virtudes ya que los hombres y en especial la primera autoridad local brilló por
su ausencia aun sabiendo que algo anormal ocurría.
No quiero terminar sin que se sepa lo solícitamente que fueron
atendidas las familias de los guardias por los vecinos que tuvieron noticia del
suceso y que ofrecieron a porfía sus servicios animados de generosos
sentimientos, brillando con tal motivo esa virtud hermosa que se llama Caridad.
Las familias que más se han distinguido han sido las de don Robustiano
Otazu, don Valentín San Martín y don Eusebio Vicuña. ¡Que Dios premie sus
actos!
El Corresponsal
Pitillas 26—10—913
Diario de Navarra. Nº 3.935
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