EL POZO DEL HIELO
También conocido como pozo de la
nieve y en menor número de veces, nevera.
Los pozos del hielo estaban
situados generalmente en la cara norte de las montañas o elevaciones del
paisaje, donde las temperaturas más bajas favorecían una mejor conservación del
producto, evitando además la lluvia y el viento. El de Pitillas se hallaba en
la calle Castillar, entre la casa antigua de “Pascual” y el corral de Pedro Mª
Sola, a la derecha de su puerta, un poco inclinado, llegando a arrimarse casi a
la pared. Hasta 1848 la zona era terreno municipal, pero con el fin de obtener fondos para suplir gastos de guerra, el
Ayuntamiento le vende a José Mª Arrese un pedazo, destinado
a era de trillar mieses. La planta de la caseta era rectangular redondeada,
semejante a una elipse, de unos dos metros por tres y su altura de dos metros; la
profundidad del pozo de unos dos metros mínimo.
Los pozos constaban de tres
partes. 1ª Caja o pozo propiamente dicho, donde se almacenaba el hielo o nieve
en capas alternas y separadas por otras de paja (en Pitillas también se utilizó
esparto); el hondón o primera capa, se formaba con un emparrillado de maderos y
tablas, e inclinado, para que no se encharcase. 2ª Desagüe, por donde se
evacuaba el agua del deshielo. 3ª Caseta, construida sobre el hoyo, haciendo
las veces de cámara que mantenía la temperatura interior.
El hielo se aprovechaba para
conservar alimentos, ingesta de bebidas y usos medicinales (calenturas, cólera
morbo, gripe, dolores de cabeza, quemaduras y según declaración de Juan
Lecumberri, vecino de Pitillas, de 82 años en 2008, se aplicaba, entre otras
utilidades, a los casos de apendicitis).
Las fechas extremas en las que
hay referencias escritas directas sobre el pozo del hielo de Pitillas son entre
los años 1675-1898, casi 225 años. Durante este tiempo no siempre estuvo el
pozo en uso, más bien lo contrario, pues no se encuentra documentación sobre un
arriendo continuado.
A lo largo del tiempo se suceden
diferentes reparos en los elementos del pozo. En 1817 se pagan 35 reales
fuertes a Simón Sada por una puerta, cerraja, alguaza, clavos y ganchos para el
pozo del hielo.
Cumplido el siglo, en 1781, Juan
de Santesteban, maestro cantero, declara las obras y reparos que deben
realizarse. En la caseta, la
puerta del mediodía se debe sustituir por otra situada al oriente, cerrando el
hueco con el mismo grueso de piedra y mortero que tienen las paredes, para que
no penetre tanto calor y se mantenga sin deshacer el hielo. El capillo (cubierta)
hay que deshacerlo y cubrirlo con losas y mortero, siendo de dos onzas de
grueso (casi 1 cm). Además, hay que construir un conducto de 60 pies (16’50
metros) de largo para despedir el agua que hiciere el hielo, siendo de 2’50
pies (70 cm) de ancho y 3’50 (97’50 cm) de alto en su hueco, con piedras de
mampostería y cubierto de losas, sentado todo con lodo, e igualando a concejil
el terreno de ambos lados. Todo ello costaría 460 reales.
Pasados otros cien años, en noviembre de 1879, el
Ayuntamiento hace saber mediante bando que tiene acordado la recomposición del
pozo del hielo sacando sus obras a pública subasta; para ello, Luis y Gregorio
Marticorena, maestros canteros, de orden del Cabildo, redactan el condicionado
cobrando por sus derechos 7 pesetas. Las obras fueron rematadas por el mismo
Luis Marticorena en 1260 reales vellón (315 pesetas), la misma cantidad
presupuestada.
Cuando el 1884 el Ayuntamiento
vende a José Antonio Gabilondo el trozo de terreno para construir un edificio
con el fin de almacenar granos y vino, le impone la condición de conservar corriente, limpio y a sus expensas, el conducto
que atraviesa dicho terreno procedente del pozo del hielo. En los años
siguientes aparecen pagos por trabajos originados en la alcantarilla que
existe para desahogo del pozo del hielo desde la casa de Gabilondo hasta el río
Chico. De hecho, en 1891, Gabilondo se niega a pagar 26’50 pesetas de la obra
realizada en descubrir el escorredor para ver donde se estaban interceptando
las aguas creyendo no era suficiente el haber encontrado en su pared una
paradera rota y algo de tierra. El letrado consultor del Ayuntamiento dictamina
en su informe se le debe reclamar el importe ante los tribunales ordinarios
comenzando con un juicio verbal ante el Juzgado municipal. El regidor síndico
Francisco Goñi manifiesta ser de la opinión de arreglar el conflicto antes de
tener que emplear procedimientos tan enérgicos.
Una vez está preparado el pozo la
primera diligencia a realizar era henchir (llenar) el pozo de nieve o hielo en
el invierno, bien aportando bolas de nieve o bloques de hielo si se había
congelado el agua de los pozos de Las Heleras. En Pitillas, mayoritariamente la
actividad la solían realizar los vecinos, bien a concejil (pan y vino), como en
1680 que se gastan 36 reales; o bien a jornal, como en 1817 donde se descargan
en las cuentas 215 reales fuertes pagados a 86 peones que se emplearon a
respecto de 2’50 reales fuertes. En 1879 se pagan 1257 reales vellón a los 116 peones,
8 encargados y 20 carros empleados en la tarea. Sin embargo, en 1722 se relata
que la villa debe llevar rolde de las cantidades de
hielo que a cada vecino se le han de entregar por el trabajo que ha realizado en
el llenado del pozo. Solamente en los últimos años de la existencia del pozo es
el arrendador el que se encarga de llenarlo.
¿De
dónde se traía la nieve o el hielo? Por documentos se ilustra que se cogía el
hielo del río, cuando se helaba, y ordinariamente de los pozos que se tenían
expresamente preparados para ello en Las Heleras. En 1880 se pagan 22 reales
por dos ganchos para sacar hielo del río y en 1885, Vicente
Serrano Bravo, vecino de Peralta, en su cartel de arriendo, pide que “el
Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras al rematante, a fin de llenar el
referido pozo”.
De cara al invierno, se limpiaban
los pozos desde el bocal de la Carra Olite y después se rellenaban de agua.
Cuando en invierno se formaba el hielo, se cortaba y era transportado en cestos
y cajas o en carros al pozo, donde se acumulaba por capas, separadas
alternativamente por otras de paja que facilitaban el desalojo del deshielo por
el desagüe. La limpieza y llenado de agua de estos pozos se solía sacar a
subasta. Como en 1889 no hubo quién hiciese proposiciones para ello, se le
pagaron cuatro pesetas a José Mª Ayerra por dos días que se ocupó en la tarea.
En 1884-1885 la Junta de Sanidad, ante la amenaza de la epidemia colérica,
considerándolos un foco de contagio, favoreció el rellenado con escombros,
inutilizándolos. A pesar de ello se conservaron algunos años más; pero, en
1902, diez peones, a dos pesetas de jornal, se encargaron de nivelar e
inutilizar definitivamente los pozos de Las Heleras.
El condicionado por el que se
rige el arriendo del pozo del hielo varía de un año a otro. El proceso comienza
generalmente con la presentación de un cartel por un aspirante, en el que
expone las cláusulas con las que lo arrendaría. La subasta comienza con el
encendido de una candela y, mientras se mantiene viva, se van mejorando por los
licitadores los requisitos expuestos en el cartel, hasta que la vela se apaga,
quedando en el último postor; a veces se retrasa hasta cumplir el veinteno.
En el año 1675, primero del que
tenemos noticias, Francisco Remírez, vecino de Pitillas, arrienda la provisión
de nieve o hielo a los vecinos y viandantes, por un importe de 12 ducados
pagaderos al final del arriendo. El periodo que cubre el abastecimiento
generalmente es el verano, en este caso comprende desde el primero de mayo
hasta San Miguel de septiembre. Su precio sería el de dos cornados por libra de 16 onzas (0’5
kilo). Así bien, fue condición graciosa la de dar al Regimiento seis arrobas
(unos 80 kilos) de nieve para su uso en las fiestas de Santo Domingo, del
patrón, o para lo que buenamente dispusiese.
A mediados de julio, Remírez se
queja al Ayuntamiento de que, a causa de ser el pozo “nuevamente
construido”, se ha deshecho la mayor parte de la nieve que tenía acumulada, suplicando
al Regimiento le apliquen alguna refacción (descuento). Acuerdan rebajarle la
renta a ocho ducados.
En 1722
lleva el arriendo del pozo Bernardo Araiz, vecino de Olite, quien además
administra también el de las villas de Barásoain, Ujué, San Martín de
Unx y Berbinzana. Con la excusa de la
abundancia que hay de dicho género en el pozo de Pitillas, pretende sacar el
hielo necesario para la provisión de los otros pueblos. El Ayuntamiento de
Pitillas se opone ciñéndose a lo convenido en la escritura de
arrendación hecha por Araiz, en cuyo cumplimiento le han dejado sacar algunas
cargas de hielo para vender fuera y que la causa de no dejarle sacar más es por
razón de parecerles que la cantidad que hay en el pozo es completamente necesaria
para el abasto de la villa de Pitillas.
A veces ocurre, que una vez llenado el pozo no hay
quien lo arriende, siendo de cuenta del Ayuntamiento su administración,
poniendo persona encargada de su venta, como sucedió en 1817, designando a
Cristina Landívar para ello. La nieve o hielo se solía pesar en balanza con
agujeros en los platillos, para no pagar el agua.
En el siglo XIX se presentan memoriales de arriendo
diferentes en cuanto a su duración, pues no son anuales. Así en 1835, Miguel
Joaquín Otermin, vecino de Pitillas, propone al Ayuntamiento la cesión del pozo
por 8 años a cambio de habilitarlo y ponerlo en condiciones a su costa, pues
hacía “muchísimos estíos” que no se usaba y estaba todo enronado y su fábrica
próxima a la ruina. El Ayuntamiento acepta la proposición por ser útil y
ventajosa para los vecinos.
En 1885, Vicente
Serrano Bravo, vecino de Peralta, presenta un cartel de arriendo por cuatro
años. El precio máximo que se exigirá a los vecinos por cada kilogramo de hielo
será de 10 céntimos de peseta. La novedad es que se obliga a dar gratuitamente
a los pobres de beneficencia el hielo necesario, previa receta del médico
titular. El Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras
al rematante, a fin de llenar el referido pozo, siendo de su cuenta los gastos
que se originen. Ofrece pagar anualmente la cantidad de 35 pesetas, aunque
por falta de hielo o nieve quede sin ocupar el pozo.
Ya en 1937, el
Ayuntamiento acuerda contratar con Barrio el suministro de hielo a los vecinos en todo momento y época del año,
por la cantidad de 100 pesetas, al
precio corriente que llevare en Tafalla. Eran otros tiempos, el hielo se
producía por métodos industriales.
Agradecer a Juan Esparza,
Julián Olcoz y Manolo Pascual las aportaciones sobre la situación del pozo y
demás.