lunes, 2 de septiembre de 2024

                                EL  POZO  DEL  HIELO


También conocido como pozo de la nieve y en menor número de veces, nevera.

Los pozos del hielo estaban situados generalmente en la cara norte de las montañas o elevaciones del paisaje, donde las temperaturas más bajas favorecían una mejor conservación del producto, evitando además la lluvia y el viento. El de Pitillas se hallaba en la calle Castillar, entre la casa antigua de “Pascual” y el corral de Pedro Mª Sola, a la derecha de su puerta, un poco inclinado, llegando a arrimarse casi a la pared. Hasta 1848 la zona era terreno municipal, pero con el fin de obtener fondos para suplir gastos de guerra, el Ayuntamiento le vende a José Mª Arrese un pedazo, destinado a era de trillar mieses. La planta de la caseta era rectangular redondeada, semejante a una elipse, de unos dos metros por tres y su altura de dos metros; la profundidad del pozo de unos dos metros mínimo.

Los pozos constaban de tres partes. 1ª Caja o pozo propiamente dicho, donde se almacenaba el hielo o nieve en capas alternas y separadas por otras de paja (en Pitillas también se utilizó esparto); el hondón o primera capa, se formaba con un emparrillado de maderos y tablas, e inclinado, para que no se encharcase. 2ª Desagüe, por donde se evacuaba el agua del deshielo. 3ª Caseta, construida sobre el hoyo, haciendo las veces de cámara que mantenía la temperatura interior.

El hielo se aprovechaba para conservar alimentos, ingesta de bebidas y usos medicinales (calenturas, cólera morbo, gripe, dolores de cabeza, quemaduras y según declaración de Juan Lecumberri, vecino de Pitillas, de 82 años en 2008, se aplicaba, entre otras utilidades, a los casos de apendicitis).

Las fechas extremas en las que hay referencias escritas directas sobre el pozo del hielo de Pitillas son entre los años 1675-1898, casi 225 años. Durante este tiempo no siempre estuvo el pozo en uso, más bien lo contrario, pues no se encuentra documentación sobre un arriendo continuado.

A lo largo del tiempo se suceden diferentes reparos en los elementos del pozo. En 1817 se pagan 35 reales fuertes a Simón Sada por una puerta, cerraja, alguaza, clavos y ganchos para el pozo del hielo.

Cumplido el siglo, en 1781, Juan de Santesteban, maestro cantero, declara las obras y reparos que deben realizarse. En la caseta, la puerta del mediodía se debe sustituir por otra situada al oriente, cerrando el hueco con el mismo grueso de piedra y mortero que tienen las paredes, para que no penetre tanto calor y se mantenga sin deshacer el hielo. El capillo (cubierta) hay que deshacerlo y cubrirlo con losas y mortero, siendo de dos onzas de grueso (casi 1 cm). Además, hay que construir un conducto de 60 pies (16’50 metros) de largo para despedir el agua que hiciere el hielo, siendo de 2’50 pies (70 cm) de ancho y 3’50 (97’50 cm) de alto en su hueco, con piedras de mampostería y cubierto de losas, sentado todo con lodo, e igualando a concejil el terreno de ambos lados. Todo ello costaría 460 reales.

Pasados otros cien años, en noviembre de 1879, el Ayuntamiento hace saber mediante bando que tiene acordado la recomposición del pozo del hielo sacando sus obras a pública subasta; para ello, Luis y Gregorio Marticorena, maestros canteros, de orden del Cabildo, redactan el condicionado cobrando por sus derechos 7 pesetas. Las obras fueron rematadas por el mismo Luis Marticorena en 1260 reales vellón (315 pesetas), la misma cantidad presupuestada.

Cuando el 1884 el Ayuntamiento vende a José Antonio Gabilondo el trozo de terreno para construir un edificio con el fin de almacenar granos y vino, le impone la condición de conservar corriente, limpio y a sus expensas, el conducto que atraviesa dicho terreno procedente del pozo del hielo. En los años siguientes aparecen pagos por trabajos originados en la alcantarilla que existe para desahogo del pozo del hielo desde la casa de Gabilondo hasta el río Chico. De hecho, en 1891, Gabilondo se niega a pagar 26’50 pesetas de la obra realizada en descubrir el escorredor para ver donde se estaban interceptando las aguas creyendo no era suficiente el haber encontrado en su pared una paradera rota y algo de tierra. El letrado consultor del Ayuntamiento dictamina en su informe se le debe reclamar el importe ante los tribunales ordinarios comenzando con un juicio verbal ante el Juzgado municipal. El regidor síndico Francisco Goñi manifiesta ser de la opinión de arreglar el conflicto antes de tener que emplear procedimientos tan enérgicos.

Una vez está preparado el pozo la primera diligencia a realizar era henchir (llenar) el pozo de nieve o hielo en el invierno, bien aportando bolas de nieve o bloques de hielo si se había congelado el agua de los pozos de Las Heleras. En Pitillas, mayoritariamente la actividad la solían realizar los vecinos, bien a concejil (pan y vino), como en 1680 que se gastan 36 reales; o bien a jornal, como en 1817 donde se descargan en las cuentas 215 reales fuertes pagados a 86 peones que se emplearon a respecto de 2’50 reales fuertes. En 1879 se pagan 1257 reales vellón a los 116 peones, 8 encargados y 20 carros empleados en la tarea. Sin embargo, en 1722 se relata que la villa debe llevar rolde de las cantidades de hielo que a cada vecino se le han de entregar por el trabajo que ha realizado en el llenado del pozo. Solamente en los últimos años de la existencia del pozo es el arrendador el que se encarga de llenarlo.

¿De dónde se traía la nieve o el hielo? Por documentos se ilustra que se cogía el hielo del río, cuando se helaba, y ordinariamente de los pozos que se tenían expresamente preparados para ello en Las Heleras. En 1880 se pagan 22 reales por dos ganchos para sacar hielo del río y en 1885, Vicente Serrano Bravo, vecino de Peralta, en su cartel de arriendo, pide que “el Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras al rematante, a fin de llenar el referido pozo”.

De cara al invierno, se limpiaban los pozos desde el bocal de la Carra Olite y después se rellenaban de agua. Cuando en invierno se formaba el hielo, se cortaba y era transportado en cestos y cajas o en carros al pozo, donde se acumulaba por capas, separadas alternativamente por otras de paja que facilitaban el desalojo del deshielo por el desagüe. La limpieza y llenado de agua de estos pozos se solía sacar a subasta. Como en 1889 no hubo quién hiciese proposiciones para ello, se le pagaron cuatro pesetas a José Mª Ayerra por dos días que se ocupó en la tarea. En 1884-1885 la Junta de Sanidad, ante la amenaza de la epidemia colérica, considerándolos un foco de contagio, favoreció el rellenado con escombros, inutilizándolos. A pesar de ello se conservaron algunos años más; pero, en 1902, diez peones, a dos pesetas de jornal, se encargaron de nivelar e inutilizar definitivamente los pozos de Las Heleras.

El condicionado por el que se rige el arriendo del pozo del hielo varía de un año a otro. El proceso comienza generalmente con la presentación de un cartel por un aspirante, en el que expone las cláusulas con las que lo arrendaría. La subasta comienza con el encendido de una candela y, mientras se mantiene viva, se van mejorando por los licitadores los requisitos expuestos en el cartel, hasta que la vela se apaga, quedando en el último postor; a veces se retrasa hasta cumplir el veinteno.

En el año 1675, primero del que tenemos noticias, Francisco Remírez, vecino de Pitillas, arrienda la provisión de nieve o hielo a los vecinos y viandantes, por un importe de 12 ducados pagaderos al final del arriendo. El periodo que cubre el abastecimiento generalmente es el verano, en este caso comprende desde el primero de mayo hasta San Miguel de septiembre. Su precio sería el de dos cornados por libra de 16 onzas (0’5 kilo). Así bien, fue condición graciosa la de dar al Regimiento seis arrobas (unos 80 kilos) de nieve para su uso en las fiestas de Santo Domingo, del patrón, o para lo que buenamente dispusiese.

A mediados de julio, Remírez se queja al Ayuntamiento de que, a causa de ser el pozo “nuevamente construido”, se ha deshecho la mayor parte de la nieve que tenía acumulada, suplicando al Regimiento le apliquen alguna refacción (descuento). Acuerdan rebajarle la renta a ocho ducados.

En 1722 lleva el arriendo del pozo Bernardo Araiz, vecino de Olite, quien además administra también el de las villas de Barásoain, Ujué, San Martín de Unx y Berbinzana. Con la excusa de la abundancia que hay de dicho género en el pozo de Pitillas, pretende sacar el hielo necesario para la provisión de los otros pueblos. El Ayuntamiento de Pitillas se opone ciñéndose a lo convenido en la escritura de arrendación hecha por Araiz, en cuyo cumplimiento le han dejado sacar algunas cargas de hielo para vender fuera y que la causa de no dejarle sacar más es por razón de parecerles que la cantidad que hay en el pozo es completamente necesaria para el abasto de la villa de Pitillas.

A veces ocurre, que una vez llenado el pozo no hay quien lo arriende, siendo de cuenta del Ayuntamiento su administración, poniendo persona encargada de su venta, como sucedió en 1817, designando a Cristina Landívar para ello. La nieve o hielo se solía pesar en balanza con agujeros en los platillos, para no pagar el agua.

En el siglo XIX se presentan memoriales de arriendo diferentes en cuanto a su duración, pues no son anuales. Así en 1835, Miguel Joaquín Otermin, vecino de Pitillas, propone al Ayuntamiento la cesión del pozo por 8 años a cambio de habilitarlo y ponerlo en condiciones a su costa, pues hacía “muchísimos estíos” que no se usaba y estaba todo enronado y su fábrica próxima a la ruina. El Ayuntamiento acepta la proposición por ser útil y ventajosa para los vecinos.

En 1885, Vicente Serrano Bravo, vecino de Peralta, presenta un cartel de arriendo por cuatro años. El precio máximo que se exigirá a los vecinos por cada kilogramo de hielo será de 10 céntimos de peseta. La novedad es que se obliga a dar gratuitamente a los pobres de beneficencia el hielo necesario, previa receta del médico titular. El Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras al rematante, a fin de llenar el referido pozo, siendo de su cuenta los gastos que se originen. Ofrece pagar anualmente la cantidad de 35 pesetas, aunque por falta de hielo o nieve quede sin ocupar el pozo.

En 1890 es Patricio Erdociáin el que se compromete al arriendo del pozo por 10 años con la condición de recibir ciertas ayudas iniciales del Ayuntamiento para el arreglo del pozo y Las Heleras, así pide 125 pesetas el primer año y 25 cada uno de los siguientes, y que se le conceda dallar dos carretadas de junco en el barranco para embalar el hielo. No debió obtener el arriendo durante el tiempo solicitado pues en 1892 es Carmelo Esquíroz, de Tafalla, comerciante, quien cobra 25 pesetas por llenar el pozo con el fin de facilitar hielo a los pobres enfermos. En enero de 1895, Esquíroz presenta una instancia al Ayuntamiento exponiendo la imposibilidad de conservar el hielo por el mal estado en que se encuentran las ventanas del pozo, por entrar bastante viento y lluvia, suplicando se le hagan dos ventanas nuevas para impedir su penetración. Al propio tiempo advierte que el vecino Carlos Navascués le ha impedido el paso por su era, por lo tanto, exige o suplica se le dé paso para hacer el acarreo y descargue del hielo, pues de no concederle lo que pide, se verá obligado a presentar la dimisión. En noviembre de 1896 Esquíroz repite instancia presentando su dimisión. Tras un intento fallido de arriendo, el Ayuntamiento expuso en 1897 la conveniencia de que se llenase el pozo para salud e higiene del vecindario, no habiendo ninguna proposición tras el correspondiente bando, según manifiesta el alcalde en enero de 1898.

Ya en 1937, el Ayuntamiento acuerda contratar con Barrio el suministro de hielo a los vecinos en todo momento y época del año, por la cantidad de 100 pesetas, al precio corriente que llevare en Tafalla. Eran otros tiempos, el hielo se producía por métodos industriales.

Agradecer a Juan Esparza, Julián Olcoz y Manolo Pascual las aportaciones sobre la situación del pozo y demás.