martes, 9 de septiembre de 2025

 LA CAPILLA DEL MARQUES DE CORTES EN LA IGLESIA DE SAN PEDRO DE 

PITILLAS


Año nuevo de 1606. Hacía poco tiempo que se había inaugurado el cuerpo de la “nueva” iglesia delimitada externamente por un friso con moldura cóncava, se estaba terminando de montar la nueva portalada y el coro y, solamente quedaba por dilucidar el emplazamiento y construcción de la torre.

En esta situación, el marqués de Cortes, don Miguel de Navarra Mauleón, bajo el argumento de una incomodidad física debida a la estrechez del espacio existente en la capilla colateral de la parte del evangelio, donde establecía su tribuna y asientos para su familia en los actos religiosos, propone al señor obispo de Pamplona, Fray Mateo de Burgos, construir una capilla adjunta a la iglesia. Para ello plantea intervenir en la pared que va desde la grada hasta la testera, abriendo dos arcos, uno en el tramo que va desde el escalón al estribo que está en medio del muro, y otro, en el trecho que sale desde el estribo hasta el frontis. Finalmente, para cerrar el espacio, levantar dos paredes en el hueco que hay para afuera. Añade que todo el gasto que se hubiera de invertir en la fábrica lo haría a su costa y además daría a la iglesia parroquial, para su primicia y fábrica, 200 ducados.

Catálogo monumental de la Merindad de Olite

La incomodidad, verdaderamente debía ser mental. Su objetivo era habilitar un espacio aislado para uso personal en la asistencia a los actos religiosos, acercarse al celebrante para recibir con más fuerza la gracia divina y utilizar el espacio para sepultura de familiares. En realidad, no quería mezclarse con el pueblo llano, pues se supone que la nueva iglesia sería mayor que la anterior. Además, con la obra pretendería mostrar su poder ante el pueblo con el que aquellos años dilucidaba la posesión de las tierras pecheras, de las que finalmente se adueñó.

El señor obispo, tras una visita ocular, considera justa la petición y no viniendo ningún perjuicio a la iglesia, antes bien provecho, pues quedará más adornada, le da licencia y facultad para su construcción. Previamente se realizará un reconocimiento de la pared afectada por medio de maestros canteros, al cual se hallarán presentes el vicario, los primicieros y el alcalde de la villa. Una vez realizada la declaración de no tener efectos negativos la abertura de los arcos, se pueda levantar la capilla. Y como última condición señala que los 200 ducados se pondrán a plazo en parte segura, sin que su principal se gaste, sino solamente el rédito, de modo que cuando la capilla tuviere necesidad de algún reparo se haga con los intereses que produzca, y lo que sobrare de ellos, los goce la iglesia.

El marqués, haciendo ostentación de la licencia concedida y para cumplir con lo ordenado en ella, como es nombrar maestros canteros para el reconocimiento de la pared, se reúne con Antón Martínez, alcalde, y Pedro Sarría, primiciero de la iglesia parroquial, faltando a su otorgamiento el vicario, Pedro de Abaurrea, por estar enfermo en cama. De común acuerdo y conformidad, nombran a Pedro Laval, Miguel de Echeberría y Domingo de Elberdín, maestros canteros que residen en las villas de Olite, Úcar y Tiebas.

Estos, bajo juramento ante el escribano, tras un reconocimiento exhaustivo, declaran que las paredes y estribos de la iglesia no tendrán detrimento ni perjuicio y que se pueden practicar las aberturas que contiene la licencia, con la condición de que hayan de quedar los estribos sanos y enteros, sin tocarse en ellos cosa alguna.

Días más tarde, se reúnen en la casa y palacio de Pitillas el marqués y Antón Martínez, alcalde, Domingo Aldave, Pascual Salvador, Simón Francés y Miguel Thomás, jurados. El marqués les requiere permiso para poner en ejecución la licencia de obra. El regimiento, para curarse en salud, le exponen que antes pretenden juntar concejo, con el fin de tratar en él si podría traer algún inconveniente o perjuicio la ejecución de la obra, y para que, si se edificaba, fuese con voluntad de todos los vecinos y concejo de la villa.

Juntado el concejo, acuerdan remitir la licencia al titulado Otegui, abogado y letrado pensionado de la villa, para que viese el contenido y diese su parecer. Según dicho letrado, no había inconveniente ninguno, precedidos los requisitos ya efectuados, excepto la última parte de la licencia en la que se expresa que si la capilla, después de acabada, tuviere necesidad de algún reparo, se ejecutase con el rédito de los 200 ducados y lo que sobrare de ellos, los gozase la iglesia. De este proceder, según el licenciado, el marqués no daba nada, pues se podían invertir el total de los intereses anuales en el arreglo de su capilla, no quedando nada en beneficio del resto de la iglesia. Por el contrario, había que acordar con el marqués el que quedase obligado a reparar la capilla con sus bienes y rentas, destinando los réditos en la fábrica de la iglesia. El marqués, por complacer a la villa y vecinos de ella, aceptó la propuesta sin dilación.

El 18 de marzo de 1606, en la casa y palacio de Pitillas, el marqués de Cortes expresó su propósito de construir una capilla con su remate de cornisa, y para ello tenía licencia del señor obispo y otorgada escritura con la villa, alcalde y jurados de ella, cuyos cimientos de la capilla están recibidos y asentados. Debía ser levantada a la altura que está la sacristía de la iglesia, de piedra labrada de sillería y en la pared de la capilla que se arrima al altar, se había de situar una ventana de una vara (0’785 m.) de larga y una tercia de ancha. Y acabadas las paredes se debían abrir un arco y una ventana en la pared del altar, del lado del evangelio (hasta ahora se hablaba de dos arcos). Estando allí presente Miguel de Celaia, cantero, vecino de Vera, dijo que él se encargaba de edificar la capilla, acabándola para el día del señor Santiago de este presente año y poniendo todo lo necesario de piedra, cal y demás materiales y maniobreros. Por su parte, el marqués ofreció darle 50 ducados en cuanto comenzase a trabajar, otros 50 ducados una vez que la levantara hasta su mitad y lo restante, como fin de pago, lo que montare la cuenta que se sacará una vez acabadas las paredes de la capilla, contando a razón de 10 ducados la brazada (aproximadamente 4 m2), y lo que importare el abrir el arco y la ventana, según el tiempo que en ello se ocupare, mereciere y declararen dos maestros canteros nombrados de conformidad por ambas partes. 

Firmas del marqués y del cantero en el contrato de la obra

El día de San Andrés, último del mes de noviembre de 1606 fue estimada la obra de cantería de la capilla del marqués construida y acabada por Miguel de Celaia. No sabemos la cantidad pagada por el marqués.

 

El 27 de junio de 1613, el fiscal del Obispado de Pamplona denuncia que le ha llegado la noticia de que hace 7 años que los primicieros de Pitillas debían haber cobrado del señor marqués de Cortes 200 ducados para beneficio de la fábrica de la iglesia a consecuencia de la capilla que edificó en ella y se comprometió a entregar. Y por no haberlos exigido y puesto a censo en 7 años que han transcurrido, está defraudada la iglesia en 84 ducados, por falta y culpa de los primicieros.

Se manda, pena de excomunión, que los primicieros hagan fe de las diligencias que han practicado en la cobranza de los 200 ducados, o si tuviesen causas justas para no cumplir con ello, se presenten a juicio a alegarlas ante el vicario general del Obispado, bien en persona o mediante procurador.

El 4 de julio de 1613, Gabriel de Oteiza, procurador de Juan Aldave, primiciero actual, se presenta ante el vicario general del Obispado, declarando que siendo cierto lo relatado, por llevar Aldave poco tiempo ejerciendo el cargo, no más de seis meses, y que tampoco los primicieros que antes lo han sido han cobrado los 200 ducados ni parte alguna de ellos, pues todos han disimulado, entendiendo que el marqués, cumpliendo su obligación, los hubiera pagado antes de ahora, solicita se le exonere a su representado de la denuncia y pide se acuse de ello al marqués, que es el autor de la deuda.

Pocos días después, Gabriel de Oteiza, acude nuevamente ante el provisor general del Obispado proponiendo un plan. Relata que, en la fábrica de la iglesia, hace varios años, se había comenzado una obra nueva (la torre) y no se puede proseguir en ella por estar la iglesia muy endeudada y por ello no puede cumplir con la obligación que tiene dada al cantero de proporcionarle 100 ducados cada año. Viendo el notable daño que se causa a la iglesia al quedar la obra paralizada, pues el cantero no quiere poner mano en ella por debérsele más de 600 ducados de plazos corridos, han tratado con el marqués de Cortes para que aporte directamente al cantero los 200 ducados y sus réditos, quien se ha comprometido a efectuar luego el desembolso y, a su vez, el cantero se obligará a acabar la obra en mucho menos tiempo.

Para justificar la incapacidad de pago de la iglesia al cantero, certifican que, en el año pasado y su trienio, estuvo arrendada la primicia en 51 ducados en dinero y 30 robos de trigo anuales que se dan de sueldo al sacristán, y en el presente trienio en la suma de 94 ducados y 30 robos de trigo para el sacristán, y con dicha cantidad, apenas se cubren los gastos ordinarios de reparos que tiene la iglesia.

El fiscal del Obispado se aviene a lo propuesto por los primicieros atento a que parece que el marqués quiere aportar los 200 ducados e intereses y el cantero se allana a volver a trabajar una vez los reciba. Por ello propone se les dé licencia a los primicieros para que se realice el plan formulado; pues, de esta manera, se solucionarán dos problemas, se cobrará el dinero del señor marqués y se podrá finalizar la obra. Eso sí, siempre que los vecinos se allanen a ello y con la condición obligatoria de devolver y poner a censo otros 200 ducados provenientes de la primicia a fin de compensar el adelanto que se le hace.

El vicario general, de acuerdo con lo relatado por el fiscal, concede licencia y permiso para efectuar el pago al cantero y que de todo esto y de la carta de pago que diere el cantero en favor de la iglesia, se ponga una copia en el libro de visitas, para que les conste a los inspectores y se den las cuentas de la iglesia conforme a ella.

 

En 1737 se plantea un pleito, de los marqueses de Cortes contra el alcalde, regidores, vecinos y concejo de Pitillas. Dicen los demandantes que, perteneciente a su marquesado gozan en la villa de Pitillas de un palacio y en su parroquial poseen altar y capilla con asientos y sepulcro privativo, al cual, según costumbre, se lleva todos los años cera y ofrenda de dos robos de trigo los días de Todos los Santos y Ánimas; y para poner y sacar la cera, siempre han ido las criadas del palacio por medio de la iglesia, sin que lo hayan impedido el alcalde, regidores, vecinos y concejo hasta que el día de Ánimas del año pasado de 1736, yendo con la cera una hija de Pedro Barásoain, administrador del palacio, halló la novedad de que no podía pasar a la capilla por el paraje acostumbrado, porque de orden de la villa o  del alcalde se había atravesado un banco, en el cual se sentaron el alcalde y regidores, dejando libre el que en realidad les corresponde, por lo que dicha mujer hubo de ir por detrás. Pasado dicho día se quitó el banco de marras; en cuyas circunstancias no se puede consentir se haga novedad. No continuó el pleito.

 

Cincuenta años más tarde, en 1787, es el patronato de la iglesia de Pitillas y el duque de Granada quienes para dilucidar de quién es la capilla con su arco o portalada y reja de madera, a la mano izquierda del altar mayor, comprometen el asunto a dos licenciados de los Tribunales Reales y un tercero en caso de discordia. Ambas partes pretenden ser sus dueños. El patronato de la iglesia expone ser suya propia, aunque “algunos ignorantes llaman la capilla del duque de Granada, porque en ella dicen está enterrado un ascendiente suyo” (anotar que Leonor Navarra Mauleón murió en 1611 en Pitillas). No sabemos su resolución.

 

En 1877 se formaliza una escritura inventariando los bienes que el duque de Granada y Ega tiene en Pitillas y, aunque no se inscribe entre ellos la capilla de la iglesia, por falta de título anterior de inscripción, se describe como situada en el lado del evangelio, su puerta es verja de hierros, tiene una ventana de un metro cuadrado que da al altar mayor y sus medidas, por la parte más larga es de 23 pies (261,67 mm.) aproximadamente y por la más ancha 22 pies. (En total unos 34 m2)

 

Finalmente, en 1913, el párroco Emilio Arbeloa, escribe que las 2.500 pesetas que el señor arzobispo don José Cadena Eleta obtuvo de una testamentaria para la parroquia de Pitillas, las gastó en obras realizadas en la capilla del duque (no especifica cuáles), telas diversas para ornamentos y otros elementos de culto; y en agradecimiento por ello, hizo bordar en el palio nuevo el escudo de armas del arzobispo.

No sabemos cuándo se abrió la puerta por la que actualmente se entra a la capilla directamente desde el exterior, la ocultación del arco y ventana, ni la obra del cielo raso, ahora retirado.

* Primicia: contribución del pueblo cristiano al mantenimiento y obras de la iglesia; habitualmente se pagaba de 40 partes una. Normalmente se arrendaba el derecho de cobro mediante subasta, por tres años, calculando uno estéril y dos fértiles. Administraban estos bienes y daban sus cuentas dos primicieros, uno eclesiástico y otro seglar.

lunes, 2 de septiembre de 2024

                                EL  POZO  DEL  HIELO


También conocido como pozo de la nieve y en menor número de veces, nevera.

Los pozos del hielo estaban situados generalmente en la cara norte de las montañas o elevaciones del paisaje, donde las temperaturas más bajas favorecían una mejor conservación del producto, evitando además la lluvia y el viento. El de Pitillas se hallaba en la calle Castillar, entre la casa antigua de “Pascual” y el corral de Pedro Mª Sola, a la derecha de su puerta, un poco inclinado, llegando a arrimarse casi a la pared. Hasta 1848 la zona era terreno municipal, pero con el fin de obtener fondos para suplir gastos de guerra, el Ayuntamiento le vende a José Mª Arrese un pedazo, destinado a era de trillar mieses. La planta de la caseta era rectangular redondeada, semejante a una elipse, de unos dos metros por tres y su altura de dos metros; la profundidad del pozo de unos dos metros mínimo.

Los pozos constaban de tres partes. 1ª Caja o pozo propiamente dicho, donde se almacenaba el hielo o nieve en capas alternas y separadas por otras de paja (en Pitillas también se utilizó esparto); el hondón o primera capa, se formaba con un emparrillado de maderos y tablas, e inclinado, para que no se encharcase. 2ª Desagüe, por donde se evacuaba el agua del deshielo. 3ª Caseta, construida sobre el hoyo, haciendo las veces de cámara que mantenía la temperatura interior.

El hielo se aprovechaba para conservar alimentos, ingesta de bebidas y usos medicinales (calenturas, cólera morbo, gripe, dolores de cabeza, quemaduras y según declaración de Juan Lecumberri, vecino de Pitillas, de 82 años en 2008, se aplicaba, entre otras utilidades, a los casos de apendicitis).

Las fechas extremas en las que hay referencias escritas directas sobre el pozo del hielo de Pitillas son entre los años 1675-1898, casi 225 años. Durante este tiempo no siempre estuvo el pozo en uso, más bien lo contrario, pues no se encuentra documentación sobre un arriendo continuado.

A lo largo del tiempo se suceden diferentes reparos en los elementos del pozo. En 1817 se pagan 35 reales fuertes a Simón Sada por una puerta, cerraja, alguaza, clavos y ganchos para el pozo del hielo.

Cumplido el siglo, en 1781, Juan de Santesteban, maestro cantero, declara las obras y reparos que deben realizarse. En la caseta, la puerta del mediodía se debe sustituir por otra situada al oriente, cerrando el hueco con el mismo grueso de piedra y mortero que tienen las paredes, para que no penetre tanto calor y se mantenga sin deshacer el hielo. El capillo (cubierta) hay que deshacerlo y cubrirlo con losas y mortero, siendo de dos onzas de grueso (casi 1 cm). Además, hay que construir un conducto de 60 pies (16’50 metros) de largo para despedir el agua que hiciere el hielo, siendo de 2’50 pies (70 cm) de ancho y 3’50 (97’50 cm) de alto en su hueco, con piedras de mampostería y cubierto de losas, sentado todo con lodo, e igualando a concejil el terreno de ambos lados. Todo ello costaría 460 reales.

Pasados otros cien años, en noviembre de 1879, el Ayuntamiento hace saber mediante bando que tiene acordado la recomposición del pozo del hielo sacando sus obras a pública subasta; para ello, Luis y Gregorio Marticorena, maestros canteros, de orden del Cabildo, redactan el condicionado cobrando por sus derechos 7 pesetas. Las obras fueron rematadas por el mismo Luis Marticorena en 1260 reales vellón (315 pesetas), la misma cantidad presupuestada.

Cuando el 1884 el Ayuntamiento vende a José Antonio Gabilondo el trozo de terreno para construir un edificio con el fin de almacenar granos y vino, le impone la condición de conservar corriente, limpio y a sus expensas, el conducto que atraviesa dicho terreno procedente del pozo del hielo. En los años siguientes aparecen pagos por trabajos originados en la alcantarilla que existe para desahogo del pozo del hielo desde la casa de Gabilondo hasta el río Chico. De hecho, en 1891, Gabilondo se niega a pagar 26’50 pesetas de la obra realizada en descubrir el escorredor para ver donde se estaban interceptando las aguas creyendo no era suficiente el haber encontrado en su pared una paradera rota y algo de tierra. El letrado consultor del Ayuntamiento dictamina en su informe se le debe reclamar el importe ante los tribunales ordinarios comenzando con un juicio verbal ante el Juzgado municipal. El regidor síndico Francisco Goñi manifiesta ser de la opinión de arreglar el conflicto antes de tener que emplear procedimientos tan enérgicos.

Una vez está preparado el pozo la primera diligencia a realizar era henchir (llenar) el pozo de nieve o hielo en el invierno, bien aportando bolas de nieve o bloques de hielo si se había congelado el agua de los pozos de Las Heleras. En Pitillas, mayoritariamente la actividad la solían realizar los vecinos, bien a concejil (pan y vino), como en 1680 que se gastan 36 reales; o bien a jornal, como en 1817 donde se descargan en las cuentas 215 reales fuertes pagados a 86 peones que se emplearon a respecto de 2’50 reales fuertes. En 1879 se pagan 1257 reales vellón a los 116 peones, 8 encargados y 20 carros empleados en la tarea. Sin embargo, en 1722 se relata que la villa debe llevar rolde de las cantidades de hielo que a cada vecino se le han de entregar por el trabajo que ha realizado en el llenado del pozo. Solamente en los últimos años de la existencia del pozo es el arrendador el que se encarga de llenarlo.

¿De dónde se traía la nieve o el hielo? Por documentos se ilustra que se cogía el hielo del río, cuando se helaba, y ordinariamente de los pozos que se tenían expresamente preparados para ello en Las Heleras. En 1880 se pagan 22 reales por dos ganchos para sacar hielo del río y en 1885, Vicente Serrano Bravo, vecino de Peralta, en su cartel de arriendo, pide que “el Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras al rematante, a fin de llenar el referido pozo”.

De cara al invierno, se limpiaban los pozos desde el bocal de la Carra Olite y después se rellenaban de agua. Cuando en invierno se formaba el hielo, se cortaba y era transportado en cestos y cajas o en carros al pozo, donde se acumulaba por capas, separadas alternativamente por otras de paja que facilitaban el desalojo del deshielo por el desagüe. La limpieza y llenado de agua de estos pozos se solía sacar a subasta. Como en 1889 no hubo quién hiciese proposiciones para ello, se le pagaron cuatro pesetas a José Mª Ayerra por dos días que se ocupó en la tarea. En 1884-1885 la Junta de Sanidad, ante la amenaza de la epidemia colérica, considerándolos un foco de contagio, favoreció el rellenado con escombros, inutilizándolos. A pesar de ello se conservaron algunos años más; pero, en 1902, diez peones, a dos pesetas de jornal, se encargaron de nivelar e inutilizar definitivamente los pozos de Las Heleras.

El condicionado por el que se rige el arriendo del pozo del hielo varía de un año a otro. El proceso comienza generalmente con la presentación de un cartel por un aspirante, en el que expone las cláusulas con las que lo arrendaría. La subasta comienza con el encendido de una candela y, mientras se mantiene viva, se van mejorando por los licitadores los requisitos expuestos en el cartel, hasta que la vela se apaga, quedando en el último postor; a veces se retrasa hasta cumplir el veinteno.

En el año 1675, primero del que tenemos noticias, Francisco Remírez, vecino de Pitillas, arrienda la provisión de nieve o hielo a los vecinos y viandantes, por un importe de 12 ducados pagaderos al final del arriendo. El periodo que cubre el abastecimiento generalmente es el verano, en este caso comprende desde el primero de mayo hasta San Miguel de septiembre. Su precio sería el de dos cornados por libra de 16 onzas (0’5 kilo). Así bien, fue condición graciosa la de dar al Regimiento seis arrobas (unos 80 kilos) de nieve para su uso en las fiestas de Santo Domingo, del patrón, o para lo que buenamente dispusiese.

A mediados de julio, Remírez se queja al Ayuntamiento de que, a causa de ser el pozo “nuevamente construido”, se ha deshecho la mayor parte de la nieve que tenía acumulada, suplicando al Regimiento le apliquen alguna refacción (descuento). Acuerdan rebajarle la renta a ocho ducados.

En 1722 lleva el arriendo del pozo Bernardo Araiz, vecino de Olite, quien además administra también el de las villas de Barásoain, Ujué, San Martín de Unx y Berbinzana. Con la excusa de la abundancia que hay de dicho género en el pozo de Pitillas, pretende sacar el hielo necesario para la provisión de los otros pueblos. El Ayuntamiento de Pitillas se opone ciñéndose a lo convenido en la escritura de arrendación hecha por Araiz, en cuyo cumplimiento le han dejado sacar algunas cargas de hielo para vender fuera y que la causa de no dejarle sacar más es por razón de parecerles que la cantidad que hay en el pozo es completamente necesaria para el abasto de la villa de Pitillas.

A veces ocurre, que una vez llenado el pozo no hay quien lo arriende, siendo de cuenta del Ayuntamiento su administración, poniendo persona encargada de su venta, como sucedió en 1817, designando a Cristina Landívar para ello. La nieve o hielo se solía pesar en balanza con agujeros en los platillos, para no pagar el agua.

En el siglo XIX se presentan memoriales de arriendo diferentes en cuanto a su duración, pues no son anuales. Así en 1835, Miguel Joaquín Otermin, vecino de Pitillas, propone al Ayuntamiento la cesión del pozo por 8 años a cambio de habilitarlo y ponerlo en condiciones a su costa, pues hacía “muchísimos estíos” que no se usaba y estaba todo enronado y su fábrica próxima a la ruina. El Ayuntamiento acepta la proposición por ser útil y ventajosa para los vecinos.

En 1885, Vicente Serrano Bravo, vecino de Peralta, presenta un cartel de arriendo por cuatro años. El precio máximo que se exigirá a los vecinos por cada kilogramo de hielo será de 10 céntimos de peseta. La novedad es que se obliga a dar gratuitamente a los pobres de beneficencia el hielo necesario, previa receta del médico titular. El Ayuntamiento se obligará a ceder Las Heleras al rematante, a fin de llenar el referido pozo, siendo de su cuenta los gastos que se originen. Ofrece pagar anualmente la cantidad de 35 pesetas, aunque por falta de hielo o nieve quede sin ocupar el pozo.

En 1890 es Patricio Erdociáin el que se compromete al arriendo del pozo por 10 años con la condición de recibir ciertas ayudas iniciales del Ayuntamiento para el arreglo del pozo y Las Heleras, así pide 125 pesetas el primer año y 25 cada uno de los siguientes, y que se le conceda dallar dos carretadas de junco en el barranco para embalar el hielo. No debió obtener el arriendo durante el tiempo solicitado pues en 1892 es Carmelo Esquíroz, de Tafalla, comerciante, quien cobra 25 pesetas por llenar el pozo con el fin de facilitar hielo a los pobres enfermos. En enero de 1895, Esquíroz presenta una instancia al Ayuntamiento exponiendo la imposibilidad de conservar el hielo por el mal estado en que se encuentran las ventanas del pozo, por entrar bastante viento y lluvia, suplicando se le hagan dos ventanas nuevas para impedir su penetración. Al propio tiempo advierte que el vecino Carlos Navascués le ha impedido el paso por su era, por lo tanto, exige o suplica se le dé paso para hacer el acarreo y descargue del hielo, pues de no concederle lo que pide, se verá obligado a presentar la dimisión. En noviembre de 1896 Esquíroz repite instancia presentando su dimisión. Tras un intento fallido de arriendo, el Ayuntamiento expuso en 1897 la conveniencia de que se llenase el pozo para salud e higiene del vecindario, no habiendo ninguna proposición tras el correspondiente bando, según manifiesta el alcalde en enero de 1898.

Ya en 1937, el Ayuntamiento acuerda contratar con Barrio el suministro de hielo a los vecinos en todo momento y época del año, por la cantidad de 100 pesetas, al precio corriente que llevare en Tafalla. Eran otros tiempos, el hielo se producía por métodos industriales.

Agradecer a Juan Esparza, Julián Olcoz y Manolo Pascual las aportaciones sobre la situación del pozo y demás.


viernes, 19 de abril de 2024

 

BAYUNGA (SANTACARA)

 

                                                                    I.      INTRODUCCIÓN

El significado de la palabra Bayunga nos es desconocido.

La primera referencia escrita en la que se relaciona a Caparroso con el riego es cuando el rey Pedro I de Aragón y Navarra, exhortado por el Papa a la guerra contra los infieles, respondió inmediatamente publicando la Cruzada en sus reinos y poniendo cerco a Zaragoza en la que dominaban los moros. Tras prolongados esfuerzos abandonó la empresa y se retiró a su frontera para asegurarla.  En 1.102, en agradecimiento a que los pueblos de la Ribera le habían servido bien la defensa de su frontera y especialmente le habían guarnecido todo el valle de Funes, dio primero a los de Marcilla y luego a los de Caparroso y Rada “todo dominio del agua para regar y levantar molinos” (Moret III, página 150 y siguientes). También en el fuero dado a Caparroso, se cita “se partió el regadío del Cidacos con Tafalla, Olite y San Martín de Unx, dando ocho días a cada uno”.

En cuanto a la primera noticia referente al riego de Bayunga es del 10 de febrero de 1.230, cuando don Guiso, hijo de don Jimeno Aznárez de Rada, dona una pieza en Rada al Hospital de San Juan de Jerusalén, y para limitarla señala: “.... y per nomine delant de Traymales, et es a los límites de las piezas de ..... in fronte illo riego de Bayunga”.

En noviembre de 1940, Manuel Maldonado, secretario de la Comunidad de Regantes, redacta en el Libro de Actas una pequeña historia de la acequia Bayunga. En ella señala como partícipes iniciales a Caparroso y Rada, a los que más tarde aparece unido Santacara.

Así lo deduce de los pergaminos existentes (en aquel momento en el Ministerio de Obras Públicas, del que se dice, se solicitará su devolución) y que por su interés histórico los cita resumidos, pero que no los ha leído:

Año de 1.347. Sentencia entre Caparroso y Rada sobre regar y días que cada uno puede usar del agua.

Año de 1.422. Sentencia entre Caparroso y Rada de una parte, y Santacara de otra, sobre lo que toca reconstruir a cada uno en la presa que está sobre el molino, y castigo que se impondrá al que falte.

No reflejo los demás que señala, pues no interesan al caso. El error se da en que el primero se refiere al riego de la presa del río Cidacos, no del Aragón; y que entre esas dos sentencias existe otra, de 1.376, que es la clave para comprender la verdadera historia.

 

                                                       II.      SENTENCIA DE 1.376

Las villas de Caparroso y Rada poseían a solas, en tiempo remotísimos, una acequia, cuyas aguas se tomaban del río Aragón, pero tuvieron la desgracia de que las avenidas del río les llevaron la presa, imposibilitando construir otra nueva. Por ello rogaron al concejo de Santacara que les permitiera aprovecharse del agua que esta villa extraía del río Aragón, ofreciéndole a cambio contribuir a los gastos del sostenimiento de su azud y a la limpieza del cauce de su acequia.

Aceptado por Santacara el ofrecimiento, su resultado fue una triste experiencia, pues pronto Rada y Caparroso comprobaron que de este modo no se satisfacían las grandes necesidades de sus campos, pues con el agua que les dejaba Santacara, apenas podían regar una tercera parte de ellos, siendo el resultado que los dos pueblos vinieron a caer en el mayor abatimiento.

En aquella época reinaba Carlos II el “Malo”, para los franceses, cuyo corazón se encuentra en Ujué y entre sus grandes cualidades destacó la de ser muy aficionado a la agricultura, y deseando su fomento, publicó con las gentes de su Consejo un ordenanza para que se mantuviesen en pie los antiguos regadíos y se construyeran otros nuevos.

Alentadas por esta providencia del soberano, las villas de Caparroso y Rada concibieron el proyecto de abrir una nueva acequia en el río Aragón. Para ello comenzaron a construir una presa, entre las peñas, cerca de los huertos de los de Santacara, en un lugar llamado Tamariz. Enterados los vecinos de Santacara se presentaron en el lugar resistiendo la realización de la obra, diciendo que aquel regadío no se podía ni debía abrir por el gran daño que recibirían en sus heredades y no consentían su construcción.

Antes estos acontecimientos, acudieron las villas de Caparroso y Rada al soberano relatando los sucesos con una sentida exposición del estado lamentable en que se encontraban ambas poblaciones por la pérdida de su regadío y reclamando la protección real para la indicada empresa, ofreciéndose a compensar a Santacara los daños que recibieran.

Al instante, fueron nombrados dos comisarios regios, Ximen Pérez de Peina, abogado de la Corte, y Pedro Gil de Solchaga, alcayde del castillo de Santacara, para que trasladándose a esta villa hiciesen vista ocular del lugar por donde las dos villas intentaban construir su nuevo regadío. El encargo consistía en que, si no eran muy grandes los daños que se habían de ocasionar a los de Santacara, mandasen inmediatamente abrirlo a condición de indemnizar de los daños que se causasen; y si, por el contrario, habían de ser de mucha monta los perjuicios, entonces, se abstuviesen de abrir el regadío, haciendo relación mediante carta cerrada y sellada del daño que se les seguiría y asignasen a las partes para que hiciesen su presentación ante el Consejo Real.

Partieron los comisarios y llamaron con ellos a ciertos hombres buenos de los concejos. Después de inspeccionado el terreno, persuadidos del gran coste que tendría para los de Caparroso y Rada la realización de su pensamiento y, por otro lado, que también serían de consideración los daños que se habían de originar a los de Santacara, se propusieron conciliar los intereses de los tres pueblos. Para ello convocaron a las personas más influyentes de las localidades para una conferencia, que por el momento dio un resultado satisfactorio, pues con consentimiento y placer de todos acordaron los comisarios un convenio, por el que la presa fuese común también para Rada y Caparroso, asegurándoles el riego por lo menos en cinco días de la semana. A cambio, los de Caparroso y Rada, ayudarían a los de Santacara a reparar toda su presa y limpiar su río hasta las ruedas en principio, y después a mantener la mitad de su presa y limpiar la mitad del río en cada año una vez; y que los de Santacara no pudiesen embargar el agua ni echar las paraderas en el río, uno o lo más dos días por semana, de sol a sol.

Su incumplimiento llevaba consigo una multa de 60 sueldos, 20 para el rey, otros 20 para los concejos perjudicados y los otros 20 para para los zabacequias o guardas; los representantes de Santacara no estaban conformes con estas sanciones, pues no querían penalidad alguna.

Semen Périz hizo relación del acuerdo a las gentes del Consejo y por el rey fue mandado que fuese pronunciado por sentencia. Queriendo los comisarios darle ese carácter de sentencia, para que fuese mayor su estabilidad y firmeza, citaron a las tres villas para que compareciesen ante ellos en Meanedo, término de Traibuenas, punto intermedio, con el fin de escuchar el acuerdo alcanzado. Acudieron al lugar representantes y vecinos de los tres pueblos y al comenzar a leer el dictamen, hubo gran oposición por parte de los de Santacara diciendo que ni querían su compañía (en referencia a Caparroso y Rada) ni ayuda, en aquello que sus antecesores les habían edificado y mantenido, ni consentían en sentencia alguna, antes la contradecían en todo y por todo.

En vista de ello, Caparroso y Rada mostraron otro lugar donde levantar la presa y abrir río. Santacara respondió que aquel lugar les era muy dañoso y no consentían en ello. Les manifestaron otro tercer lugar, en el cual tampoco concordaron las partes. En razón de ello, los comisarios remitieron al soberano la decisión del asunto, emplazando a las villas para que se presentasen ante el rey o su Consejo.

Llegado el día asignado aparecieron representantes y procuradores de los concejos de Caparroso, Rada y Santacara, entre ellos su alcalde, Pascual Cabero. Oído en Consejo cuanto las partes creyeron conveniente exponer y alegar y, consultado además el negocio con personas imparciales e inteligentes y foreros, se pronunció sentencia el 22 de agosto de 1.376, viniéndose en ella a mandar en lo esencial, lo mismo que habían acordado los Comisarios. Los concejos de Caparroso y Rada hagan una vez al año la limpia de la acequia, empezando del bocal de la presa hasta las ruedas de Santacara y en adelante los de Santacara la limpien entre año; y la presa adoben y reparen a perpetuo la mitad los de Caparroso y Rada y la otra mitad los de Santacara; y así bien que los de Caparroso y Rada, sin los de Santacara limpien la acequia de las ruedas abajo, de tal manera que las ruedas no se engorguen y puedan bien andar y moler; y que los de Santacara, tomen toda el agua de dicho río dos días en cada semana, de sol a sol, son a saber el martes y el miércoles. En caso de que los concejos de Caparroso y de Rada no limpien la acequia y no adoben o reparen a perpetuo la mitad de la presa, que no tomen ni puedan tomar ni aprovecharse de la dicha agua. La multa o calonía queda reducida a 30 sueldos.

 

 

                                                 III.      LA SENTENCIA DE 1.422

 

Según la sentencia última dada por el Consejo del Rey en Olite, los pueblos de Caparroso y Rada debían llevar el agua para sus regadíos por el río y acequia susana que pasa por sobre los molinos de Santacara, tomando estos continuamente, dos moladas de agua.

Cuentan los de Caparroso y Rada que para cumplir con la sentencia dictada gastaron grandes sumas de dineros en la construcción de la acequia de arriba, pero en el verano y en tiempos que se necesitan regar sus términos y heredades más a menudo, apenas bajaban las dos moladas y por ello no podían regar suficientemente sus tierras, por cuanto los molinos ocupaban continuamente las dos moladas de agua. Por cuya razón a estos pueblos se les seguían grandes  daños y perjuicios siendo enormemente disminuidas sus producciones.

Acuden al Rey para que medie con los de Santacara con el fin de que les permitan abrir una acequia nueva de regadío, que comenzaría junto a los molinos de Santacara, más en concreto, donde el molino de batán* o, por donde mejor y más conveniente fuere, para conectar con la acequia y regadío antiguos, por donde hayan de elevar el agua que desciende de los molinos para el regadío.

A esta propuesta, el procurador de Santacara, responde que a sus vecinos el abrir esta acequia en los molinos, les va a ser muy perjudicial. De momento, el molino de batán, por la apertura de la nueva acequia, se perdería; y así bien, como la acequia pretendida tenía que atravesar por heredades y por los sotos de Santacara causaría gran daño y perjuicio a los vecinos. Empero que por dar lugar al bien, paz y sosiego de los pueblos y concejos, estaba presto a cumplir con todo aquello que el Rey y los del Consejo mandaran a causa del nuevo regadío, pero también esperaban ser satisfechos de los daños que se recibiesen a causa de la apertura de la acequia.

Hubo diversas propuestas y muchas alteraciones entre los procuradores de los pueblos sobre los criterios de ambas partes. Finalmente, vista por los del Consejo el lugar por donde sería más útil y conveniente el abrir la nueva acequia, señalaron que esta haya de salir de los molinos a la acequia vieja por la cual regaban los de Caparroso y Rada en los tiempos antepasados y que la obra debía estar finalizado para San Miguel; todo por bien de paz y concordia de los pueblos. La sentencia está desarrollada en veintidós artículos.

Acordaron, además, que los de Caparroso y Rada puedan tomar durante los meses de abril, mayo y junio de este año toda el agua durante tres días de cada semana y domingos por la acequia de sobre el molino, sin que sean obligados a pagar cosa alguna a los de Santacara.

En compensación a la nueva concesión, los de Caparroso y Rada están obligados a construir y mantener dos puentes sobre la acequia que abrirán de nuevo, para que por ellos puedan pasar los de Santacara a sus heredades, y además serán forzados a hacer y mantener dos canales para que puedan regar las fincas que van a quedar aisladas.

El cambio más radical se refleja en la proporción que cada comunidad aporta en el mantenimiento de la presa y acequia. En la reparación de la presa y limpieza de la acequia, en el tramo que va desde el bocal hasta la muga, los de Caparroso y Rada estarán obligados a soportar dos partes de la carga y los de Santacara la tercera parte y en el tramo que va desde la muga hasta el molino, Santacara sufrirá una parte y Caparroso y Rada tres.

Por cuanto el molino de batán se ha de perder por la apertura de la nueva acequia, en compensación y enmienda de aquel, los de Caparroso y Rada, tendrán que aprontar a la presa, doscientas carretadas de piedra en los cuatro próximos años, cincuenta cada año, a cuenta de lo que le tocare echar a los de Santacara.

La tres comunidades se obligan, de aquí en adelante, a echar en la presa cuatrocientas carretadas de piedra cada año para el día y fiesta de San Lucas del mes de octubre.

Los vecinos de Caparroso y Rada están obligados a desengorgar los molinos harinero y sierra para su buen funcionamiento. En caso de discordia en cualquier asunto referido en esta concordia, será resuelto por el alcalde de Mélida.

 

*Batán: (del árabe hispánico que significa “golpear”) es una máquina accionada por fuerza hidráulica, dotada de dos o más mazos de madera de gran tamaño encargados de golpear rítmicamente telas y tejidos recién urdidos. La finalidad es trabar y apelmazar las tramas del tejido para dotar a la tela de mejor textura, resistencia y calidad. 

 

 

                                                  IV.      LA PRESA (Azud, barrera)

Según la sentencia de 1.422, en la construcción, reparo y sostenimiento de la presa, Santacara correrá con 2/6, Rada 1/6 y Caparroso 3/6 de su coste.

Se comenta que la presa que se llevó el río en 1.524 solía ser de madera, estacas y ramas; aunque como se ha señalado, también se aportaban piedras, de una o media carretada*.

¿Cómo se realizaban las obras? Primeramente, se redactaba un condicionado de las obras a realizar por un constructor o un perito contratado por las villas, quien tasaba el precio de las obras y fecha de finalización. A continuación, se colocaban carteles en los pueblos de alrededor; dependiendo del volumen de la obra se pegaban en los pueblos más cercanos o alejados e importantes. Llegado el día de la subasta se encendía una candela y comenzaba la puja al alza, quedando el precio en la última oferta dada antes de apagarse la vela.  A veces corría el veinteno (20 días) y se celebraba otra subasta en las mismas condiciones, quedando definitivamente fijado el precio. El pago de las obras se realizaba por tercios; una parte al comienzo de las obras; otra segunda a mitad y la tercera una vez finalizada y tras la revisión de la obra por peritos nombrados por las villas y constructor; en caso de discordia los peritos nombraban un tercero que dilucidaba la cuestión.

Para costear estos gastos extraordinarios solicitaban permiso al Consejo para poder tomar dineros en préstamo. Otras veces pretenden cargar los gastos a otros apartados del Ayuntamiento, como es el ramo de Propios o el de Efectos vecinales (comunes), con la promesa de devolverlo, a veces todo lo retraído, y otras veces la mitad. Incluso Caparroso estuvo tentado de vender unas acciones que poseía del Banco Nacional.

El mayor enemigo de las presas lo constituían las avenidas. Casi todos los años se producían en mayor o menor intensidad, con lo que de continuo había que acudir con piedra a su fortalecimiento, en el mejor de los casos y, regularmente a su reconstrucción.

Hacia el año 1.670 tras las últimas avenidas que inunda todo, el río amenaza con cambiar de madre de lo que resultará quede la presa en seco. Las tres comunidades estudian el modo de solucionarlo, pero encuentran dificultoso y costoso el divertir todo el río Aragón de su nueva madre, echándola por diferente camino. Tras diversos informes de peritos, les parece que el más conforme a razón y de menos coste, es abrir una zanja por el soto de Ripagayças, perteneciente a Santacara, y levantando una estacada en la madre actual hacer que tome madre por dicha zanja y venga derecho a la presa, dejando la madre que ahora lleva. Santacara se opone argumentando el gran daño que le produciría, el escaso valor que se le da al terreno y el querer comprar solamente la parte que ocupa la acequia y no todo el soto. También se planteó comprar a Murillo el Fruto el soto del Batán para abrir río nuevo desde más arriba. Treinta años más tarde andaban a vueltas con obras en Ripagaiças.

Aprovechando la inundación de 1.767, los vecinos y concejo de Santacara acuerdan partir el Soto López. Cuentan que las grandes avenidas que han ocurrido últimamente les han ido llevando las heredades de regadío que tenían en la parte de esta villa, de modo que hace muchos años los ha dejado sin tierra alguna para poder sembrar, encontrándose en la más absoluta pobreza. Añaden que de la otra parte del río Aragón hay una corraliza que llaman Soto López y la arrienda la villa para hierba, aunque también tienen heredades propias algunos vecinos que riegan de la presa y regadío de la villa de Mélida y, deseando ocurrir al alivio y poder mantenerse, han determinado que en dicha corraliza de Soto López y parajes más útiles que puedan tener riego, se roture una porción de 400 a 500 robadas y que estas se repartan entre los vecinos de forma igualitaria, corriendo de su cuenta el roturarlas y ponerlas en disposición de cultivo; con la condición de no poder vender su porción a forastero.

Hacia el año 1.880 el río Aragón se ha desviado de su cauce, y con él ha dejado completamente aislada la presa llamada antigua, de piedra, bien consolidada, en la que están situados el puerto de flotación y la casa Compuertas que regula a voluntad la entrada de aguas, pero desviada de la corriente, pues se ha dirigido hacia la margen izquierda. La presa nueva está situada 800 metros más arriba de la anterior y mide 150 metros, construida de crecidos bloques de piedra arenisca, y piedra perdida, por la que discurre un corto caudal de aguas que dirige hacia la presa antigua, en el Rinconal del barco.

Otra gran avenida fue la de 1.926 que requirió un gasto de más de 200.000 pesetas. Pocos años después, la Junta de Regadío de Caparroso, por medio de una carta muy dura, reclama colaboración a los dueños de Traibuenas señalando que se aprovecha de las aguas de Bayunga y no pagan nada, remarcando que en 4 años ha gastado 300.000 pesetas.

*Carretada: 40 arrobas; Una arroba 13’392 Kilos. Total: 535 kilos.

 

IV.1. Almadías

 

Otro de los peligros para las presas eran las almadías. No he encontrado que se cobrase el tránsito de las almadías en especie, es decir, en maderos; el arriendo se subastaban al mejor postor. Sobre el arriendo del salto de las almadías hay documentos desde 1.525 a 1.786. El primero de los arriendos se celebra en la plaza de Santacara, estando presentes los representantes de las tres comunidades. Tenía una duración de 3 años, comenzando el día de San Gregorio, 9 de mayo. Así como en el primero de los arriendos el importe obtenido es de 28 ducados anuales, esta cantidad se reduce a 6 posteriormente y, al final del periodo señalado, no llega ni a esa cuantía. Tenían por costumbre cerrar el puerto desde San Juan de junio por bajar poca agua.

Sobre el paso de las almadías y los maderos hay bastantes pleitos. En 1.596 las propietarias de la presa acusan a Agustín Pérez, vecino de Hecho (Huesca), de que el día de Santa Cruz de mayo, entre las tres y las cuatro horas de la tarde, bajó por el río 14 almadías salvando la presa por muy diferentes partes y no por el puerto destinado para pasarlas, rompiendo y destrozando con ello un gran pedazo de la presa, sufriendo un daño de más de 1.000 ducados. Se manda que Agustín Pérez dé fianzas suficientes para responder a la justicia en la Corte y pagar lo juzgado, de lo contrario, cualquier oficial real se asegure de su persona y lo traiga preso a las cárceles reales.  El proceso quedó pendiente.

 

En el año 1.606, el día de San Marcos, la historia se repite; esta vez con 11 vecinos de Hecho. Se les acusa de que fueron a saltar la presa por donde menos agua había y hubo que sacarlos haciendo fuerza con trancas, abriendo un portillo en la presa que se ha ido acrecentando. Quedaron absueltos.

 

En 1.599, Miguel de Lesaca, vecino de Mélida, acusa a Miguel de Zoco, vecino de Tafalla, de haberle hurtado 50 maderos de más de 400 que tenía depositados en el arenal, el puerto que llaman de Santacara, donde se recoge y desembarca la madera que baja en almadías por el río Aragón, allí estaban apilados y entablados con sus aparatos. Había de todas clases: docenes, catorcenes y secenes*. Zoco, por el contrario, alega eran suyos, pues se los había comprado a un vecino de Santacara y tenían su marca; algunos, incluso tuvo que buscar entre los maderos del demandante, porque estaban mezclados. El proceso quedó pendiente.

*Las almadías se montan con varios maderos de la misma longitud; si miden 4'60 metros, se llaman docenes (12 medias varas); si 5'50, catorcenes (14 medias varas); si 6'40, secenes (16 medias varas). Los maderos de 8 ó 10 metros son los aguilones.

 

IV.2. El barco pedrero

Como su nombre indica, era un barco utilizado para cargarlo con las piedras aportadas por las villas a la orilla del río y descargarlas en la presa para su afianzamiento y reparo.

El condicionado con que se saca en subasta la construcción de un barco pedrero para la presa del regadío es el siguiente: Su valor será de 160 duros. Ha de ser su largura 30 pies* (8’36 m.) por 10 de ancho (2’75 m.) Toda la madera ha de ser de pino de buena calidad y limpia de nudos, que antes de trabajar será reconocida para ver si es conforme a esta condición. El barco ha de ser bien estopeado con estopa de cáñamo y bien empegado con pez de buena calidad por dentro y fuera. Con sus tablones bien clavados, para que aguante la carga de piedra. Una vez construido el barco será de cuenta del empresario ponerlo en la playa, sobre la presa del regadío de Bayunga y antes y después de botarlo será reconocido, para ver si hace agua, y también en término de 8 días responderán de que no la haga.

En otro condicionado se añade que el barco debe tener un banco o tablado sobre él, que vuele por cada lado media vara fuera del barco, para poder con más comodidad cargarlo de piedra y entrar esta con facilidad a la presa.

Entre las vicisitudes del barco pedrero encontramos que en 1.891 el celador de caminos de Diputación solicita del presidente de la Junta de Regadío el barco para la reconstrucción del puente de Sangüesa y verificar provisionalmente el paso del río. Una vez concedido el permiso y pasados siete meses, escribe de nuevo el celador indicando que el barco ha sido conducido al punto donde se tomó, que es encima de la presa de Santacara, relevando a Diputación de las condiciones que se le impusieron y darles las gracias. La fecha y tiempo transcurrido coincide con la sustitución del puente de piedra de Sangüesa por el de hierro.

En 1.931 las misivas son al contrario. La Junta de Regantes de Caparroso solicita del director de caminos autorización para transportar un barco por carretera. Las avenidas del río Aragón de diciembre de 1.930 han arrastrado el barco pedrero que tiene la Comunidad de regantes depositado en la presa de Santacara y según gestiones practicadas ha aparecido en un soto de la jurisdicción de Milagro. Para conducirlo a su punto no existe otro medio que el sacarlo del río en el puente de Milagro y transportarlo por carretera hasta Santacara en un carromato de cuatro ruedas y apropiado para ello. Como se trata de un transporte extraordinario, puesto que el barco mide unos 11 metros de largo por 3 metros de ancho, solicita la oportuna autorización para poder verificar el transporte por carretera. Concedido el permiso se le hicieron las advertencias consiguientes para que al verificar el transporte no se cause extorsión a la circulación pública, teniendo gran precaución en todo el trayecto a recorrer y de una manera especial en las curvas cerradas.

 

*Pie: 27’86 cm.

 

                                                   V.      LIMPIEZA DE LA ACEQUIA

Según la sentencia de 1.422 la limpieza, ensanchamiento y afondamiento hasta el suelo viejo de la parte de la acequia que va desde el bocal hasta la muga, les corresponde a los de Caparroso y Rada en las dos terceras partes, y la otra a los de Santacara. El tramo de acequia que va desde la muga en yuso (abajo) hasta el molino harinero y sierra, a los de Caparroso y Rada les tocan las tres cuartas partes y la otra a los de Santacara.

Es en 1.577 cuando se concretan algunos de los aspectos de la limpieza. En adelante se haya de limpiar la acequia de Bayunga del lodo y escombros que en ella habrá dos veces cada año, una por el mes de mayo y otra por el de agosto; para ello, por orden de los tres concejos, se cerrará muy bien el bocal del río caudal de donde se toma el agua, de manera que no pueda pasar ni bajar agua. La limpia de mayo durará 8 días de trabajo y 20 la de agosto. La duración de las limpiezas se pueden alargar o acortar dependiendo de las circunstancias atmosféricas o de otra índole. En las dos limpiezas comentan que se emplean 2.500 peones porque la acequia tiene dos leguas y media; una legua es lo que se anda en una hora, que son 5.233 metros, lo que daría una longitud de 13 Km. A veces se arrienda la limpieza de la acequia y otras se realiza con peones de las tres comunidades.

¿Cómo se repartía la limpieza? En 1.630, una vez llegados los regimientos al bocal, se echaba a suertes el orden de entrada de cada concejo en la limpieza de la porción que le correspondía, en cada uno de los tramos. Aquel año le correspondió el primer trozo a Santacara, quien se obstinó en que solamente la debía hacer en 10 varas (1/4) en cada tramo de 40 varas, mientras Caparroso sostenía que la debía realizar en 15 varas (1/3) en cada tramo de 45 varas. Tras el correspondiente desencuentro se llegó al acuerdo de que Santacara limpiase 12 varas de 42. (28’50 %)

Según las Ordenanzas de la Comunidad de Regantes de 9 de febrero de 1.942, el cauce principal tiene una capacidad inicial para 3.500 litros por segundo. Desde la presa del río Aragón hasta la Central eléctrica, pertenece este cauce a Caparroso en el 70 %; siendo una séptima parte (15 %) de Santacara; y otra sexta parte (15 %) del Compromiso de Rada. Desde la Central eléctrica hasta la Presilla sobre el río Cidacos, el cauce pertenece a Caparroso en sus cinco sextas partes y al Compromiso de Rada en una sexta parte. Desde la Presilla hasta el límite de Peralta, el cauce general pertenece por completo a Caparroso. Desde la entrada del río en término de Peralta (Río Mayor) hasta el final, el cauce es de los regantes de los términos Torrenueva, Torrevieja y Vallorcín de Peralta y de la finca “La Torre de Coscojeta”.

Entre las complicaciones en este asunto tenemos que en 1.577 Caparroso está en pleito con la villa de Santacara y Compromiso de Rada en razón a que, entre otras cosas, el año anterior, estando sus vecinos haciendo la limpia general del río Bayunga en la parte de su jurisdicción, los de Santacara y Compromiso, bien por hacerles daño o por afán de regar sus heredades o moler, les rompieron la traviesa que cortaba el paso del agua y la echaron río abajo, de lo cual redundó un gran daño a Caparroso porque tuvo que cesar la limpia.

Sin embargo, en junio de 1.582 es la villa de Santacara y vecinos del Compromiso los que requieren al alcalde de Caparroso se haga la limpieza de la acequia, ya que no se hizo la del mes de mayo y está completamente ciego el canal, con el correspondiente perjuicio tanto en el riego de las heredades como en no poder mover el molino.

Lógicamente los más vigilados eran los de Santacara, por estar los primeros en el riego, pudiendo abrir las tajaderas para regar sus campos, bien de día o de noche. Para contrarrestar esto, los de Caparroso ponían guardas que vigilaban las aguas río arriba en los días que les correspondían a ellos, con el fin de que no les cortasen el agua. Si pillaban algún infractor les solían tomar una prenda: bien una manta, azada, ganado, sábanas, etc. celebrando posteriormente el juicio e imponiendo la pena correspondiente; ésta era dividida en tres partes, para el denunciante, la villa y el Rey. El juez era el alcalde jurisdiccional donde se había cometido el delito, lo que beneficiaba a veces a los de Santacara, pues se supone que el alcalde sería más condescendiente con sus vecinos.

*Vara: 0’785 metros.

 

V.1. El bocal

En 1.661 las villas han acordado construir en el principio y donde nace la acequia un bocal de piedra picada con sus paraderas y llave, para con ello evitar los daños que se han experimentado a causa del fuerte golpe de agua que en las grandes avenidas del río Aragón entra por la acequia, respecto de no tener el bocal disposición de impedirlo, habiendo ocurrido desgracias en los peones de las obras y limpieza de la acequia o en las heredades de sus términos.

Entre el condicionado para su construcción se recoge que se ha de levantar una casita, quedando las paredes en cuadro y de allí arriba ha de llevar media naranja de ladrillo o de piedra mampostina. Se instalarán dentro de la casita las dos paraderas que serán elevadas con torno, colocando su puerta y llave correspondiente. Finalmente se ha de levantar un parapeto instalando un rastrillo de madera, para recibir la viscosidad que trajere el río.

Con la finalidad de regir el bocal han de nombrar persona con título de guarda juramentado por el alcalde donde estuviera domiciliada la persona nombrada. Su tarea consistirá en bajar las paraderas que están en el bocal en el tiempo que crece el río Aragón y cuando él baja, volverlas a subir, de modo que fluya de continuo por el río Bayunga dos muelas de agua. Para mayor seguridad se hayan de poner dos llaves, de manera que con cada una de ellas se pueda abrir la caseta de las paraderas, una la tendrá el guarda y la otra el alcalde de Caparroso.

Otros reparos en el bocal. En enero de 1.793 comienzan los trámites para la ejecución de la casilla, templadera y paraderas del río Bayunga y en mayo de 1.847 las villas obtienen un préstamo de 16.658 reales fuertes para ejecutar la obra consistente en murallas, caseta y paraderas en la embocadura de la acequia Bayunga para contener el excesivo caudal de agua que se introduce en la acequia en las avenidas del río Aragón.

 

V.2. Cesión de un día de riego

La villa de Santacara había manifestado a Caparroso y Compromiso de Rada que por causa de las fuertes y repetidas avenidas del río Aragón, les había sido arrebatado la mayor parte de su regadío y no pudiendo soportar los gastos que ocurrían en el sostenimiento del cauce de la acequia Bayunga en la proporción que en el día se efectuaba, por su corto número de robadas que les quedaban, estaba presto a ceder uno de los dos días que les correspondía regar a los otros congozantes, cargándose a su vez con la séptima parte de gastos que correspondían y quedándose Santacara con el otro día de agua.

Conociendo lo justo de esa pretensión, Caparroso expone le convendría aumentar el derecho de aguas que poseía porque también se había aumentado el regadío y se habían mejorado las labores de toda su extensión. Por su parte, el Compromiso pidió participar en la reunión como interesado en el regadío Bayunga, para conocer el modo y forma de ceder ese día de agua. (El designado para acudir al acuerdo es Fausto Zalduendo, regidor del Compromiso de Rada, siendo Pedro de Ciraco, Gabriel del Villar, Anselmo Pascual y José Maldonado los componentes del Compromiso que asistieron a la elección de Zalduendo como su representante)

Llegado el día se reunieron las representaciones de las tres entidades en el corral de Campo Rada, con objeto de tratar las bases con que debía verificarse la cesión y, después de haber conferenciado sobre el particular se convinieron en lo siguiente:

1º El pueblo de Santacara cede al de Caparroso uno de los dos días de agua que le pertenecen y es el miércoles desde salir el sol hasta el jueves a igual hora, para que Caparroso disponga y goce de ella exclusivamente, como suya propia, sin que los de Santacara puedan usar de ella, ni otro ninguno; quedándose Santacara con el martes.

2º Santacara se reserva carta de gracia perpetua para poder volver a tomar para sí el día de agua que cede siempre que las nuevas roturaciones que pudieran hacerse suban al número de 1.400 robadas, a lo que no podrá oponerse Caparroso.  Pero esta carta de gracia no podrá llevarse a efecto sin que pasen 14 años a contar desde el día de la fecha.

3º Si volviese Santacara a entrar otra vez en posesión y goce del día de agua que hoy ceden y, por volverles el río a llevar la tierra o por otra causa cualquiera desearan volverla a ceder o vender, haya de ser preferido Caparroso a cualquier comunidad o particular que la quisiera tomar.

4º Que los de Santacara no hayan de poder pedir a los de Caparroso cosa alguna por las obras que hay hechas en la acequia y presa hasta el día de hoy.

 5º Además hay otros acuerdos y compensaciones entre Caparroso y Santacara sobre el aporte de piedras a la presa que se está realizando y sobre la limpia de la acequia de la parte del molino arriba.

La escritura de convenios anterior se firmó el 19 de julio de 1.856.

 

V.3. Reparto de días de riego

El reparto de las aguas de la acequia con el fin de regar los pueblos es el siguiente:

De la puesta del sol el domingo, a la puesta del sol el lunes, las aguas son del Compromiso de Rada; las sobrantes de ese día las utiliza Traibuenas.

De la puesta del sol el lunes a la salida del sol el martes, las aguas corresponden a Caparroso.

De la salida de sol el martes a la salida del sol el miércoles, las aguas pertenecen a Santacara; sus sobrantes son del Compromiso de Rada, y si este Campo deja sobrantes, las utiliza Traibuenas.

De la salida del sol el miércoles a la puesta del sol el sábado, las aguas son propiedad de Caparroso.

De la puesta del sol el sábado a la puesta del sol el domingo, son las aguas de Caparroso en su mayor parte y es del término La Torre de Coscojeta la que discurre por el río Mayor.

Los terrenos de Torrenueva, Torrevieja y Vallorcín de Peralta, utilizan las aguas sobrantes que deja Caparroso.

En la zona de Santacara hay cinco tomas de agua de la acequia Bayunga:

1º Derivación particular con derecho a riego elevado para 64 robadas de Herederos del Villar (izquierda de la acequia)

2º Riego de Punta de los Huertos (izquierda de la acequia)

3º Riego de las Cañas (derecha de la acequia)

4º Riego del Campillo (derecha de la acequia)

5º Riego de los Olmos (izquierda de la acequia)

 

V.4. Robadas regables

Año

Santacara

Compromiso

Caparroso

Coscojeta

Peralta-Tor

Total

1.850

700

---

10.500

2.000

 

15.000

1.942

1.002

3.005

12.989

2.003

2.404

21.403

1.954

 

3.261

1.025

 

 

25.689

1.994

3.767

7.936

13.723

5.684

31.110

 

El número de robadas declaradas regables por medio de la acequia Bayunga es muy variable, dependiendo en gran medida del fin que tuvieran los datos facilitados; no es lo mismo para un reparto de gastos que para solicitar permiso para la concesión de un préstamo, donde se intenta ocultar o ampliar su número.

A lo largo del tiempo hay datos sueltos, pero de una manera dispersa. Hacia 1.850 podemos señalar que Santacara riega unas 700 robadas; el Compromiso se desconoce; Caparroso unas 10.500 robadas; la finca de Coscojeta 2.000 robadas; siendo el total unas 15.000 robadas.

En 1.942 se adjudican a Santacara 1.002; el Compromiso 3.005; Caparroso 12.989; La finca “La Torre de Coscojeta” en Peralta, 2.003; Peralta (Torrenueva, Torrevieja y Vallorcín) 2.404; en total: 22.403 robadas.

En las Ordenanzas de la Comunidad de 1.954 se añaden, como sin derecho reconocido, pero con uso de aguas sobrantes en los días y horas especificados, a la Comunidad del Coto de Traibuenas, con la extensión de 293 hectáreas, o 3.261 robadas. Asimismo, puede usar el riego en cuanto lo haya disponible, el Soto Comunal de Caparroso, en extensión de 92 hectáreas, o sea, 1.025 robadas.

Finalmente, en el Proyecto de concentración del regadío de 1.994, aparece Santacara junto con Mélida, con 3.767; Traibuenas con el Compromiso 7.936; la parte regable de Peralta y Marcilla con 5.684; dando un total de 31.110 robadas.

 

V.5. El lavadero

En mayo de 1.656 los vecinos de Caparroso se vuelven a quejar de que los de Santacara les interrumpen el agua y la toman los días que no les corresponden. Además, les acusan de usarla mal, pues la echan a perder por la rasera o puerto que tienen abierto en la ermita de Santa Eufemia y lo mismo sucede los días que les corresponde el riego a Santacara, ya que tienen obligación de devolverla a la madre una vez hayan acabado de regar sus heredades, y no lo realizan, con la intención de que pueda moler mejor su molino.

Con el fin de limar diferencias se reúnen los procuradores de las tres comunidades en la ermita de San Çolín, sita en el coscojar, término de Traibuenas. Santacara se defiende argumentando que en las concordias de 1.577 se comprometieron el Compromiso y Caparroso a fabricar unas gradas de buena piedra junto a la ermita de Santa Eufemia, para que las mujeres, pudiesen con la mayor comodidad lavar paños y coger agua sin tener necesidad de ayudarse para ello echando piedras y escombros. También acordaron poner a nivel una parte de la acequia que está más baja, lugar por donde se pierde el agua cuando la acequia lleva mayor caudal, zona por donde se les acusa de dilapidarla, no siendo realmente así, pues son causas ajenas a su voluntad; las dos obras en proyecto están sin llevarse a cabo tras 75 años.

Convinieron que luego, sin ninguna dilación, los de Santacara cierren bien la rasera y puerto de Santa Eufemia, de suerte que por él no salga ni se pierda el agua y, Caparroso y Compromiso edifique las gradas del lavadero para mayor comodidad y seguridad de las mujeres de Santacara.

 

V.6. Venta de aguas sobrantes a Mélida

En 1.933 el Ayuntamiento de Mélida gestiona con Santacara facilitar el riego a las 746 robadas que componen los sotos del Arenal y La Liria desde la acequia de Bayunga.

Santacara está de acuerdo en venderle las aguas sobrantes, pero Caparroso y el Compromiso no parecen dispuestas a este negocio. La Comunidad de Regantes, en un informe que solicita ese año, pregunta entre otros temas sobre la cuestión. 

Según la respuesta, resulta que Santacara tiene derecho al riego durante un día semanal, y el agua sobrante de esos días va al Compromiso que es quien se aprovecha de la misma. Es indudable, que, si el Compromiso utiliza esa agua sobrante por haber adquirido su derecho, -y así se dice en la pregunta-, al vender Santacara a Mélida una sola gota de agua, ese acto, va en perjuicio directo de Rada, que deja de recibir el agua que vaya a Mélida.

En tanto Caparroso, adonde va el agua después de Traibuenas, no tiene adquirido derecho alguno, no puede hacer nada relacionado con esa venta pretendida, porque no puede alegar derecho alguno, y por consiguiente no se le irroga ningún perjuicio. Pero no es ese el caso de Rada, sino todo lo contrario. El agua sobrante es suya y tiene derecho perfecto a que se le entregue toda la que no emplee Santacara y toda venta que se haga lleva inherente una merma de caudal en perjuicio directo y evidente, por lo que al Compromiso corresponde oponerse a esa venta.

13 años más tarde, en 1.946, la Comunidad de Regantes de Bayunga acepta dar el riego a las 746 robadas de los sotos, 203 de la Liria y 543 del Arenal.

 

VI. EL MOLINO

Recordemos que en 1.422 la acequia Bayunga alimentaba en jurisdicción de Santacara dos molinos: uno harinero y de sierra, del que tenemos constancia, pues ha permanecido hasta este siglo, y otro, situado más abajo, denominado batán, que desaparece en estas fechas a causa de la construcción de una nueva acequia que enlaza con las primitivas usadas por Caparroso y Rada.

En 1.544 se inicia un pleito entre los marqueses de Santacara y los vecinos de la villa. Reunidos, habían decidido excavar cimientos para levantar un molino a sus expensas en el término del Campillo, con el perjuicio que eso suponía para el marqués; quien argumenta que le pertenece por privilegio real y donde hay un molino de esa categoría no se puede levantar otro.

Vayamos a los hechos. Los de Santacara se juntaron en concejo el día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre, y acordaron que en oscureciendo fuesen todos con azadas y los aparejos necesarios para abrir los cimientos del molino concejal que habían de construir. Después de cenar, se oyeron los tañidos de una campana de la villa. Salieron todos los vecinos al Campillo, 300 o 400 pasos más abajo de donde se encuentra el molino del barón, y comenzaron a cavar, diciendo que allá había de ser el cuerpo del molino.  A unos los mandaron fuesen con dos acémilas a Murillo el Fruto, a casa del molinero, para que les diese el rodete que tenía hecho para ellos; a otros enviaron a Murillete en busca de la piedra de encima y a otros ordenaron ir a Traibuenas, a por las piedras soleras, yeso y toda otra materia.

Gil de Urniza, administrador del barón, extrañado del ruido exterior, salió a la calle a ver lo que ocurría y al cabo del rato volvió diciendo que los vecinos habían ido a abrir los cimientos del molino que querían hacer. Cogió su cuartago y junto con varios criados, se acercaron hasta el lugar contencioso, hallando a más de cien hombres cavando y sacando tierra. Urniza les dijo que aquello no se podía hacer ni defender por armas, sino por razón y justicia. Les denunció e inhibió por nueva obra y echó piedras a una parte y a otra de los cimientos.

Marchado Urniza, los vecinos excavaron un canal en condiciones y profundizaron las obras comenzadas; para cuando salió el sol ya habían preparado el rodete y estaban colocadas las piedras de moler. A continuación, al alba, antes de que se cumpliese un día, echaron trigo, dieron agua y molieron e hicieron harina. Cumplida la misión, marcharon contentos para sus casas.

Llegado el día del juicio, los vecinos se defendían señalando que antes que el barón intimase e inhibiese la obra, el molino estaba ya corriente y moliente y, conforme al fuero de este Reino, cuando el molino llega a dar tres vueltas alrededor de la rueda en él, no se puede, por inhibición de nueva obra, demoler la obra levantada ni impedir que no muela.

Lógicamente, la sentencia, tanto de la Corte como posterior del Consejo, dictaminó que los de Santacara derribasen a sus expensas el molino contencioso con todos sus aparejos.

Pocos días más tarde, la villa de Santacara solicita que el secretario de la causa no desarrolle la sentencia, para que no se aumenten las costas, pues están las partes en concierto. Efectivamente, por la documentación posterior, parece que las conversaciones llegaron a buen puerto, otorgando entre ambas partes una escritura de concordia, pactando en que hubiese de ser a medias el molino que entonces había, así como otro cualquiera que se fabricase y en la misma forma se costeasen todos los gastos y reparos que se originasen para su manutención dentro del molino, y los de afuera, que son canales y paraderas, habían de ser de cuenta de Santacara solamente.

Pasados más de 300 años en esta situación, el 6 de noviembre de 1.861, el Ayuntamiento de Santacara, forma la relación de fincas urbanas pertenecientes a sus propios, con el fin de proceder a su desamortización por medio de venta en subasta pública. Entre ellas, además de cuatro corrales de acubilar ganado, aparece el molino harinero que poseía en comunidad por mitad con el marqués de Vallehermoso.

Se pone el 31 de diciembre de 1.862 como fecha para la realización de la subasta, declarándose como de “mayor cuantía”, por lo que se realizarán simultáneamente las subastas en Tafalla, como capital del Juzgado; Pamplona, capital de la provincia; y Madrid, capital de la nación. Celebrada las subastas el día señalado, se remató en Pamplona por Ángel Cía en 83.500 reales; en Tafalla por Pedro Goicoechea, vecino de Monteagudo, para el marqués de Santacara, en 131.000 reales y en Madrid por Félix Martínez de Azcoiti en 81.200 reales. La Junta Superior de Ventas adjudicó la subasta en 20 de febrero de 1.863, a favor de Pedro Goicoechea en 131.000 reales, cantidad mayor en que fue rematada. De este importe había que deducir 32.000 reales entregados a Gabriel del Villar por un préstamo que tenía dado a la villa, quedando en limpio para la Hacienda Pública 99.000 reales vellón.

Para comienzos de 1.919, la Junta de Regadío de Caparroso había comprado al marqués de Santacara el molino harinero por 70.000 pesetas. Su destino, montar una central eléctrica. Para ello, a partir de febrero, su presidente Jacinto Arana, emprendió diversas comunicaciones y gestiones con la compañía “Múgica Arellano y Cía, ingenieros” para el estudio del montaje y posterior compra de turbinas, alternadores, transformadores, elevadores y reductores, que finalmente se adquirieron en Ginebra.

Se financia en parte con aportaciones de vecinos de Caparroso. En 1.941 existe una relación de 39 vecinos que tienen entregadas 206.000 pesetas que les renta un 5 % anual.

La Central cuenta en Caparroso con 650 abonados y en Santacara con 270, alimentando un total de 1.390 lámparas eléctricas y aportando energía a varias industrias en Caparroso, como son panaderías, talleres de construcción de carruajes, serrería mecánica, fábrica de yeso, fábrica de hielo, elevación de agua; y en Santacara elevación de agua.

En julio de 1.969, tras el cierre de la Central, se inicia por la Junta de Regadío de Caparroso, la subasta a pliego cerrado del material y aparatos existentes en la Electra. Tras fracasar varias subastas, pues pretendían cantidades superiores a 100.000 pesetas, es un empresario de Barcelona el que se la queda por la cantidad de 70.000 pesetas.

El viejo molino, abandonado y amenazando ruina, fue demolido en 2.005.

Santacara, 27 de marzo de 2.024