miércoles, 11 de abril de 2012

EN REIVINDICACIÓN DEL CIRUJANO DE UXUE



BIOGRAFÍA

Juan de Mañeru, nació hacia 1.580 en Cirauqui. Durante varios años se ejercitó en el arte de cirugía en Pamplona y otras partes del Reino con cirujanos examinados y aprobados con fin e intención de ejercer la profesión. Enterado de que no podía usarla sin licencia de Su Majestad, pidió ser admitido a examen al  protomédico de Navarra, doctor Juan Martínez,  alcalde y examinador mayor de todos los médicos, apotecarios, cirujanos, barberos y otros anexos a esta facultad, siendo sus examinadores Lope Pérez de Azcona y Hernando de Mendiri, cirujanos, quienes le señalaron, para descubrir su nivel, tres cuestiones: el cirro, en el tema de los tumores; una herida penetrante en el vientre, en el de las heridas; y una úlcera sórdida, en el de las úlceras. Tras el examen se le dio título con fecha 15 de enero de 1.604 con la condición de que no entendiese en heridas penetrantes de pecho, cabeza y vientre ni juntas, si no fuese en compañía de cirujano examinado y aprobado, hasta que tuviese la edad de 30 años y esto fue por no tener edad ni experiencia.
Mañeru llegó a Ujué hacia 1.604, por casamiento con Joana Phelipe, natural de Uxue, hija de Gracián y de Catalina Lubián; desde entonces fue conducido por cirujano de ella tras la presentación del título de tal oficio, dado por el protomédico de Navarra. A veces la conducción la compartía con otro cirujano llamado Joan Ruiz.

HECHOS

Corría el año 1.608 cuando llegó un francés, oficial de curar quebraduras, al monasterio de la Oliva, donde tenía gran trabajo curando a ciertos frailes de la citada enfermedad. Llegada la noticia de la fama del francés a Martín Çuría, hijo de Juan, que era persona principal de Ujué y alcalde dicho año, el cual tenía un niño con quebradura, se acercó al monasterio para informarse de la notoriedad del oficial, por medio del apotecario y de otros frailes que andaban convalecientes. Le certificaron que era el mejor que había en el Reino para dicho arte y aun en toda España.
Con esta satisfacción, Martín Çuría y su hijito,  junto con Juan de Mañeru, nuestro protagonista, se acercaron otra vez al monasterio para que el operador conociese de manera directa la enfermedad que sufría el niño. Una vez realizada la visita, se concertaron con el oficial y le hicieron venir a Ujué.
 Durante el mes de abril y ya en la villa, le abrió al enfermo y le operó, curándolo después hasta cinco veces muy bien, pues ya estaba sin calentura.
En esta situación, el francés le pidió al abuelo le pagase su trabajo, quien le respondió que no le pagaría hasta que acabase de curar del todo a su nieto. El castrador, algo molesto, le contestó:
- No me puedo detener aunque vuestra merced no me pague nada, yo ya he cumplido con el concierto que hice con su hijo. Le enviaré un oficial que está en el monasterio, es tan bueno como yo, os podéis fiar de él.
Y con esta condición pagó Juan Çuría la cura de su nieto.
Durante su estancia en Uxue, visto el éxito obtenido, hizo otro tanto con el hijo de Antón Burgui, que sufría también de hernia y recibió  la petición, por medio de intermediarios, de curar a un hijo de dos años de Joan Cruzat, que sufría igualmente de quebradura. El castrador pidió 7 ducados por las “medicinas y las manos”, a lo que no accedió Cruzat por ser hombre pobre.
Efectivamente, a finales de abril, como dijo el castrador, vino el criado oficial, con sus recados y medicinas y curaba tan bien y con tanta sotileza como su amo. Así estuvo un tiempo cuidando y terminando de curar al nieto de Çuría y al hijo de Antón Burgui, en cuya casa se hospedaba.
El postrer día de abril, nuestro cirujano, Juan de Mañeru, hizo llamar a Cruzat por medio del corredor Joan Joanes, para que acudiese a casa de Antón Burgui. Allí trataron sobre la operación de su hijo, ofreciéndose Mañeru como intermediario ante el oficial, para que castrase a su hijo por pocos dineros. El cirujano y el francés se apartaron a un rincón y estuvieron tratando del tema. Al final Mañeru se dirigió a Cruzat manifestándole que el francés era buen oficial y que curaría muy bien a su hijito por 12 reales; bajo este ofrecimiento y seguridad aceptó que lo  castrasen. El padre manifestó a continuación que no podría asistir a la operación, pues tenía que acudir a cuidar su ganadería y que no volvería a casa hasta la tarde, pero que no se preocupara el operador, que en viniendo, le pagaría. Esto mismo se lo dejó dicho a su mujer, Graciana Jurío.
Al día siguiente, día de Santa Cruz, después de misa mayor, a las ocho de la mañana o algo más, se presentaron en casa de Cruzat el oficial francés, el cirujano Mañeru, Antón Burgui y Martín Aldunate, junto con una mujer y una moza. Tomaron al muchacho y lo llevaron a un aposento. Antes de comenzar le dijo el cirujano al francés que mirase lo que hacía, que si no se atrevía a castrar no pusiese manos en el niño. El operador se molestó y siempre estuvo muy tieso diciendo que sí sabía operar muy bien. Y con esto, teniendo Aldunate y Burgui de las piernas y brazos al niño, principió a castrar el francés. El acusado, a veces alumbraba y a veces le daba los aparejos que tenía para castrar, pero no tocó Mañeru para nada al niño, sino sólo cuando le pusieron tres granos que no se sabe de qué eran, pero que colocados los tres granos le puso un poco de lienzo encima, entonces el cirujano le asentó la mano sobrepuesta del pegadito hasta que los granos agujerearon.
Después, el francés, sin que le ayudase el acusado, le abrió y le sacó una vena, le ató con una cuerda, fue entonces cuando le ayudó Mañeru a tener y ligar con la cuerda. Viendo Mañeru que aquello no era muy correcto dijo al francés que había andado muy mal, y añadió en vascuence, según Antón Burgui, “que si aquel niño no moría de aquella cura que de ninguna moriría”.
La operación principió a las nueve y no dejaron entrar a nadie en las dos horas que duró la operación.
Cuando salieron, comunicaron a Graciana que el niño no se moviese de la cama, que vendrían entre día a ver al muchacho y se fueron a comer el acusado y el francés a casa del alcalde. La madre cumplió con todo lo que le habían dicho, pero todo lo que el muchacho tomaba, lo vomitaba.
Pasadas entre dos y tres horas después de comer, después de vísperas, volvieron Mañeru y el francés a visitar y reconocer al muchacho; habiéndole quitado los paños que tenía en el quebrado, lo volvieron a cubrir para que no viese la madre la maldad y  bellaquerías que le habían hecho; pero en un instante observó que tenía sacadas las tripas y gritó llorando:
- ¡Ay, que me han muerto al hijo y le han sacado las tripas!
Le contestaron que callase, que no tuviese cuidado, que ya lo remediarían. Mandaron traer una pinta de vino blanco y lo hicieron calentar en una escudilla. Con él le limpiaron las tripas y se las intentaron introducir de nuevo. Cuando vieron que ya no tenía remedio y no le podían entrar las tripas, dijo el acusado Mañeru al francés que lo dejasen estar, que tenía las tripas llenas de viento y que después le entrarían. Con esto, sin más, le pusieron un paño blanco encima y se apartaron junto a una ventana a comentar en gran secreto la situación.
Rápidamente salieron de la casa de Cruzat y fueron a la de Antón Burgui. En ella Mañeru le hizo dar de beber al francés, después le acompañó hasta la ermita de San Miguel, desde donde se despidió el francés por miedo a que le prendiesen viendo la mucha obra que había hecho, para nunca más volverle a ver.
Cuando Joan Cruzat llegó a la tarde de su ganadería, halló a su mujer llorando y, preguntando por qué lloraba, le respondió que masse Joan de Mañeru y el francés le habían sacado las tripas al muchacho y se moría.
Fue a ver a su hijo y comprendió que se estaba muriendo. Seguidamente, hacia las once de la noche, se encaminó a casa de Mañeru para que curase a su hijo, pero la mujer le negó que su marido estuviese en  casa, sabiendo Cruzat que estaba en ella. Volvió el padre a su casa y halló al muchacho ya muerto; visto esto fue a masse Joan Ruiz, el otro cirujano que ejercía en el pueblo, pero éste no quiso salir de casa diciendo que él no había de poner manos ni tocarle, pues otros habían puesto mano en el muchacho.
Entonces fue a quejarse al alcalde, quien en vista de la razón que tenía se levantó de la cama y ambos acudieron a la casa de Joan Ruiz. Este, a regañadientes, reconoció al muchacho en presencia del alcalde y otras personas de la villa y halló que el muchacho tenía sacadas las tripas y muerto; con esto le amortajaron. 
Comprendiendo el alcalde la maldad que habían hecho Mañeru a una con el francés castrador, lo metió en la cárcel, con guardas, y por estar como estaba Cruzat muy pobre y no tener con qué seguir el pleito, lo dejaron y consintieron en su libertad con fianzas, no dando parte a la justicia de las cosas susodichas.

Aprovechando la acusación y relato anterior anexan lo ocurrido hace 4 años a Joan de Sagardi, criado que fue de Joanes de Saldías, quien estando enfermo en cama, hinchado todo el cuerpo como una bota, le sangró una vez y le ordenó dar ciertas bebidas de su propia autoridad, sin consulta del médico. Según Mañeru la bebida era agua de escabiosa con atriaça, y esto lo daba a los pobres por no tener posibilidad para ir a los médicos ni traer remedios de la botica y no bebidas evacuantes. De la citada enfermedad murió al cabo de ocho días. El mismo amo, declara no sabe si Mañeru faltó en su oficio porque, vio que le aplicaba las medicinas con buen intento.

También se recoge en la acusación el hecho que ocurrió hacía 4 años en el que Mañeru sangró a un hijo de Miguel de Lusar llamado Martín, sin parecer del médico y en el ímpetu de la calentura. Según los testigos que estaban visitando al enfermo, cuando llegó Mañeru, le preguntaron qué había sucedido pues Martín estaba bañado en sangre, incluso había atravesado los colchones y llegado hasta el suelo; a lo que el acusado respondió que la culpa era de los cuidadores del enfermo. Estando así llegó masse Joan Ruiz, el otro cirujano del pueblo, quién le tomó el pulso y viendo la situación acusó a su compañero de haber sangrado estando con la cesión (calentura). Mañeru, votando a Dios, le insultó llamándole perro judío y haciéndole saber que él no había de enseñarle a hacer sangrías, pues las hacía mejor; levantando la espada de la punta, le quiso dar con las guarniciones en la cabeza y le hubiera dado si no se hubieran metido por medio para despartirlos. El muchacho murió a los ocho días por no atar bien la sangría.

En otra ocasión, hace algo más de año y medio, Martín Vicente, tenía un hijo de 25 años, llamado Salvador, que se encontraba en cama, con enfermedad que llaman entraste (grano) y tenía hinchado todo el pescuezo, por lo que decidió llamar a los cirujanos Ruiz y Mañeru. Habiéndolo reconocido lo sangraron entre ambos cirujanos por dos veces y le dijeron y aseguraron  que no tendría nada su hijo. Siendo esto así, al otro día vino solo el acusado, visitó al enfermo y, sin más orden ni tratar con Ruiz, lo sangró tercera vez y aplicó muchos emplastos. Después de haber sangrado tercera vez nunca se calentó en la cama hasta que murió al cabo de tres días después de la tercera sangría, según el padre. La hermana difiere algo el relato pues señala que al día siguiente vinieron los dos cirujanos juntos a visitar al enfermo y quedaron en concierto de que se le sacase una onza de sangre. De allí a un rato, vino el acusado y sin más ni otra cosa, estando con mejoría el enfermo, le sangró tercera vez y le sacó dos escudillas de sangre llenas, no habiendo de sacar mas que una onza, según trataron entre los dos cirujanos. Sabe que después que se le hizo la tercera sangría fue acabando y de peoría que no se pudo calentar en la cama y estaba hecho un hielo hasta que murió.
Don Pedro Zabalza, presbítero y beneficiado de la iglesia, sabe que como teniente del vicario, visitó a un hijo de Martín Vicente diciendo que estaba enfermo y es así que le halló muy afligido, con un grano en el pescuezo y muy hinchado el rostro; al parecer de este testigo era carbunclo y muy enconado. Viendo el peligro en que estaba, le administró los sacramentos.

También se le acusó de que sangró a una muchacha de Graciosa Abaurrea después que le había salido la viruela y luego murió de esta sangría; por el contrario, el cirujano señala lo hizo al principio de la enfermedad. Igualmente lo acusan de que sangró a su padre sin necesidad y le duró  la convalecencia, por no saber lo que se hizo, más de 8 meses; a ello alega el cirujano que la larga convalecencia no fue por causa de la sangría, antes más, le libró del peligro de muerte.

ACUSACIONES

En general lo acusan el fiscal del Protomédico y el denunciante, Juan Jerónimo Martínez, alguacil de la infantería del presidio de Pamplona, de haber hecho curas de enfermedades que no entiende, excediendo de la licencia y facultad del título concedido, a cuya causa, por ignorancia e insuficiencia del dicho Mañeru, han muerto muchos de los enfermos y otros han quedado lisiados, que ha autorizado y acreditado a otros que se han entrometido en curas sin licencia; que no ha guardado las condiciones y limitaciones del dicho título y que aquel lo ha falseado y borrado en partes sustanciales eliminando las condiciones.

DEFENSA

Mañeru se defiende de la acusación señalando que en todas las ocasiones que se han ofrecido en la villa ha procedido guardando el método y reglas de su arte; y si la malicia de los accidentes y excesos de los enfermos han podido más que el arte, de ninguna suerte puede imputarse a culpa ni falta de su parte; si a eso se diese lugar, se podrían hacer procesos mucho más justificados contra cualesquiera cirujanos y médicos que han entendido en curas mayores.
Por otra parte señala que el pleito se ha movido maliciosamente y por sola emulación de Joan Ruiz, que es el otro cirujano que asiste en la misma villa, por los encuentros que ha tenido con él sobre apensionamientos y como parte formal dio orden de proceder contra dicho acusado. El comisario que entendió en las informaciones le requirió que le representase testigos y se allanó a presentarlos.

SENTENCIAS

El 1 de julio de 1.710 se dicta la sentencia de Corte condenando a Juan de Mañeru a que por tiempo de 4 meses continuados no use del oficio de cirujano en manera alguna, y acabados que sean, renueve el título y acudiendo ante mí para el dicho efecto para que se cumplan las palabras que se hallan borradas y que en el ínterin no ejerza dicho oficio so pena que será castigado con rigor, y usando de benignidad, por esta vez, ultra de lo susodicho, le condeno en 200 libras, las cuales las dos partes para la Cámara y fisco de S. M. y la otra al denunciante.

El 15 de enero de 1.611 se dicta la sentencia de Consejo que confirma la sentencia con que los 4 meses de suspensión de oficio de cirujano en que se condenó al dicho Juan de Mañeru, acusado, sean 2 meses y no más y con que las 200 libras que así bien condenó al dicho acusado sean 100 libras y no más y aplicamos las dos partes de tres de ellas para Nuestra Cámara y Fisco y el dinero se traiga a Nuestro Consejo para que con él se acuda al reparo de las camas de los pobres de la cárcel y la otra tercera parte para el denunciante, con costas.

Finalmente el 5 de marzo de 1.611 se pronuncia la sentencia en grado de revista señalando que los del Consejo que de esta causa conocieron pronunciaron bien su sentencia y que la deben de confirmar y confirman como sentencia bien y justamente pronunciada, sin embargo de los agravios en contrario presentados, con que las 100 libras en que condenaron a Juan de Mañeru, acusado, sean 30 libras y no más y en cuanto a la suspensión de oficio por tiempo de dos meses revocan la dicha sentencia; con costas.

Proceso Nº 2.239

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