Calahorra. Parece ser que el viernes 13 de marzo de 1.857 se presentaron dos elegantes caballeros en la posada del pueblecito de Murillete, distante de esta ciudad hora y media. Pidieron de comer lomo, y como la dueña del establecimiento se negase a dárselo, por ser viernes, armaron una de San Quintín, y trataron de marcharse a otro sitio; pero como no había otra posada dónde les dieran lo que deseaban, tuvieron que contentarse con comer de vigilia. Durante la comida la conversación giró sobre los muchos contrabandistas que circulaban por el país. La posadera tuvo la imprudencia de decir que su marido era contrabandista y que aquella misma noche lo esperaba con el dinero de unas cargas de sal. Concluida que fue la comida, los caballeros pagaron el importe de ella y se marcharon.
El sábado, entrada ya la mañana, observaron los del pueblo que, contra su costumbre, la posada estaba cerrada y que algunos arrieros que había en la puerta, por más que llamaban, no obtenían contestación alguna. Esto les hizo concebir sospechas. Dieron parte al alcalde, y luego que vino éste se llamó a un cerrajero, que luego echó la puerta a tierra.
Todas las puertas de la casa estaban abiertas y en medio del cuarto en que los amos dormían había un pozo de sangre, y junto a él los cadáveres del contrabandista y su mujer con las cabezas cortadas, y en el mismo cuarto, el baúl, donde se conocía tenían el dinero: estaba rota la cerraja y sin un maravedí.
Los asesinos parece se habían escapado por el tejado.
El juez de esta ciudad está practicando las mayores diligencias para averiguar quiénes fueron los autores de tan horribles crímenes.
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