lunes, 6 de junio de 2011

LA PEREGRINACIÓN DE LA RIBERA A UJUÉ

06 de junio de 1.886, domingo.

Sr. Director del Lau-Buru

Ribera de Navarra. 1º de junio de 1.886.

Muy señor mío: Tomo la pluma para bosquejar algún tanto el entusiasta acontecimiento verificado en la alta cumbre de Ujué el domingo último, 30 de mayo.

Grandiosa y magnífica se esperaba fuese la peregrinación de varias villas de la Ribera, que en dicho día debían subir a la venerada montaña, santificada desde mil años ha por la presencia de la imagen de María; y ¿cómo no, dada la devoción de estos pueblos a tal imagen, que desde su elevado trono abarca con su mirada este país tan hermoso; a la cual saludan sus habitantes al romper el alba y cuando después de penosas faenas, abandonan sus campos para regresar a sus hogares? Mas si grandiosa y magnífica se esperaba la manifestación de su devoción, la realidad no sólo ha satisfecho las esperanzas, sino sobrepujado sobre manera las más exigentes aspiraciones, y el 30 de Mayo de 1.886, será una fecha de eterna memoria, no sólo para esta comarca, sino para cuantos forasteros han contemplado el ardor, el entusiasmo de los buenos habitantes de Falces, Peralta, Funes, Villafranca, Marcilla, Milagro y Arguedas.

El punto de reunión para formar la procesión fue “La Cruz” y la hora las siete de la mañana. Ya desde víspera comenzaron a afluir a Ujué inmensa multitud, unos por la parte de Pitillas, otros por la de Olite, la mayor parte por Tafalla. A la mañana del 30 aún llegaban compactos grupos que venían a engrosar aquella crecida concurrencia, grupos formados en parte por la multitud de personas ajenas a la peregrinación, pero que no querían quedarse sin presenciar tan magnífico espectáculo. La concurrencia a los confesionarios y las comuniones en crecidísimo número.

A las ocho, y algo más, comenzó a organizarse aquel verdadero ejército de fieles de ambos sexos, rompiendo la marcha los hombres pertenecientes a la villa de Funes, con su cruz parroquial, pendones y ciriales, siguiendo a ellos los de los demás pueblos, con las suyas, ocupando los últimos lugares los de Peralta y Villafranca, entonando, unos himnos, otros preces, viéndose algunos cargados con pesadísimas cruces, cuya sola vista admiraba. Luego la orquesta de Peralta; a continuación las mujeres; hijas de María de dichas villas, muchas de ellas descalzas con precioso estandarte, y por fin los párrocos de Falces, Peralta, Funes, Villafranca, Marcilla, Arguedas y coadjutor de Milagro con capas pluviales y los alcaldes o comisiones de ellas. Llegada a la iglesia entre los acordes de la música, el estallido de los cohetes, el sonido de las campanas y cántico de los diversos grupos, aquella falange, aumentada en el trayecto por los que llegaban aún de los pueblos antes citados; celebró misa rezada el párroco de Funes; después fue la cantada en la que ofició el párroco de Marcilla asistido por los de Arguedas y Funes como diácono y subdiácono respectivamente, interpretándose magistralmente la misa del M. Calahorra, por la nutrida capilla compuesta de músicos de las citadas villas y del convento de Marcilla, y el organista de esta comunidad, subiendo al púlpito el P. Pío Mareca, de dicho convento, quien pronunció un largo discurso, profundo, como todos los suyos. La iglesia estaba de bote en bote; aquello era una estufa, un horno, y hasta las paredes parecían caldeadas. A continuación de la misa se cantó una preciosa Salve y despedida, dándose por terminada la peregrinación de la Ribera, apresurándose la mayor parte a regresar cuanto antes a sus casas, por la amenazadora tormenta que se cernía sobre el horizonte; y por el largo trayecto que algunos tenían que recorrer.

En suma: la peregrinación de la Ribera ha sido lo que se esperaba. Imponente por el número; magnífica por el orden; entusiasta por su piedad. A diferencia de otras, que se han celebrado, no ha dejado recuerdo especial; se ha creído más conveniente entregar en metálico para que pueda emplearse en obras de la Basílica; así que de cada pueblo se ha entregado el producto de la cuestación hecha en cada localidad.

En las horas que han permanecido en Ujué, se han hecho simpáticos los ribereños expansivo y santamente alegre. No ha habido el más pequeño desorden a pesar de los miles que entre unos y otros se han reunido, por lo que la iglesia no ha sido suficiente mas que para una mitad.

Los peregrinos en cambio están agradecidísimos de lo que por ellos ha hecho el vecindario todo de Ujué y sus autoridades y clero, que demostraban su cariño con arcos, tarjetones alusivos, etc. y lo mismo de los habitantes de Tafalla, San Martín, Olite y especialmente de Pitillas, cuyo párroco no sólo recibió en la estación a los que por aquel sitio se dirigieron, sino en la iglesia, lujosamente adornada también adhoc, donde entraron al sonido del órgano; siendo dicho señor uno de los que contribuyeron activamente a la organización de la procesión en Ujué. ¿Va usted a la peregrinación? era la primera pregunta que en dichas ciudades y villas se dirigía a los pasajeros; y la respuesta afirmativa era el preludio de toda clase de ofrecimientos. Muy bien han demostrado todos la verdadera fraternidad católica de que se hallan animados, y esta pública y entusiasta manifestación de catolicismo, ha de ser de grandísimos resultados para bien de la actual sociedad.

El 31 fue la función de la villa de Ujué, para cuyo sermón llegó el 29 el P. Artola de la Compañía de Jesús.

Pongo fin a estas toscas líneas, ofreciéndome suyo afecmo.

Un suscriptor.

Lau-buru. Nº 1.297

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