La ermita de Santo Domingo se encuentra en la cima de un cerro, dentro de un amplio término que antiguamente se llamaba Sabasan, como la laguna.
La ermita, en la cima plana del cerro.
Antiguos pobladores
La zona estuvo habitada desde épocas muy remotas. Cuando se hicieron los bancales en el montículo para plantar pinos, afloraron gran cantidad de molinos de mano, en forma de barco, neolíticos, junto con una vasija completa. En 1.995, el inolvidable Jesús Mari Esparza, en uno de sus paseos por el término pitillés, encontró vestigios de estructuras de habitación y cerámica. Notificado el descubrimiento, el arqueólogo melidés, Jesús Sesma Sesma, dató este yacimiento de Cobaza, de finales del Bronce antiguo llegando hasta mitad del Bronce medio, es decir II milenio A. C. También parece que estuvo habitada en época romana, pues el Real Diccionario Geográfico Histórico, publicado en 1.802, al describir cómo era la ermita en 1.780, indica que se encontró en ella un miliario de tiempos del emperador Constantino, y que fue roto a manos de los que lo descubrieron. Este miliario pudiera ser testigo de una vía que uniera Carcastillo, Santacara y Pitillas, y que por Olite y Tafalla se dirigiera a Pamplona. Posteriormente, se tiene la impresión de que pudo ser una torre de vigilancia o de señales, junto con otros altos, como Santacara, Mélida, Rada, Murillo, Ujué, etc. y así aparece en el Real Diccionario en que se cita “rodeada de murallas, con un aljibe” de las que en la actualidad no quedan mas que los cimientos en el contorno del monte, gran cantidad de piedras en sus laderas y el aljibe cuadrado, de paredes de un metro de grosor, en el centro del monte, casi cubierto por maleza y ontinas.
Fragmento de un molino manual.
Romerías foráneas
El primer nombre que recibe la ermita es el de Santo Domingo de Sabasan y así lo recoge Ricardo Ciérvide, cuando habla de la vida religiosa en Olite en el siglo XV. De cada familia tenían la obligación de acudir a la ermita, como mínimo el dueño o la señora de cada casa, el día de San Marcos, bajo pena de 10 sueldos. Posteriormente la ermita perdió el apellido y cogieron su nombre un barranco y una corraliza.
También acudía en procesión la villa de Ujué, “según costumbre y por mandado del pueblo”, el día de San Juan de Porta latina, 6 de mayo, como ocurrió el año 1.583. Aquel año se gastó en la colación que se dio a la gente, en vino y companaje, 1 ducado y 46’5 tarjas; llevaron la colación un ganado de Joan Xurío y otro de García Çuria; un ganado del bolsero llevó los ornamentos de la iglesia. Se les dio una tarja a cada uno.
El aljibe, en el centro del monte, cubierto de maleza.
El agua de San Gregorio
Hacia mediados del siglo XVI los de Pitillas usaban la ermita para hacer un alto en el camino cuando iban de ledanía a Beire, pues decían una misa en ella.
Cuando se acercaba el 9 de mayo de cada año, como sucedió el año 1.558, Juan de Içal fue a Sorlada, a la ermita de San Gregorio Ostiense, a por agua bendecida y decir una misa en su basílica, dando la limosna correspondiente. En Sorlada hay un relicario de plata, que representa la cabeza del santo. Éste conserva huesos de San Gregorio y por ella se pasa el agua para ser bendecida. En el viaje tardó dos días. Después, tres clérigos echaron el agua por el término para bendecir los campos, cobrando por ello 9 tarjas. Hacia mediados de 1.700, además de echar el agua se examinaban las mugas de Pitillas. La costumbre de traer el agua permaneció hasta el primer cuarto de 1.900.
La laguna de Sabasan vista desde Santo Domingo.
Romerías de Pitillas
Fecha importante fue el 4 de agosto de 1.621, en que una vez renovada la ermita y habiéndola hallado decente, es bendecida por don Joseph de Tafalla, vicario perpetuo, con orden del Obispo de Pamplona. El Santo, acompañado por el cabildo eclesiástico, el regimiento y muchos vecinos de Pitillas y otras partes, fue trasladado de la villa a su ermita. Dijeron una misa cantada, se dejó al santo en ella con mucho regocijo, y quedó la puerta cerrada con llave. La villa de Pitillas hizo voto que “desde aquí en adelante, en semejante día de Santo Domingo, a perpetuo, guardarán fiesta”.
Pared posterior de la ermita. Comparar la piedra y construcción con la fachada.
Es a partir de esta fecha cuando aparecen gastos de “refrescos que se da al cabildo, villa y vecinos que acuden” en las dos ocasiones que se hacen procesiones a la ermita, el 9 de mayo, San Gregorio, y el 4 de agosto, Santo Domingo. Así como la romería del día de San Gregorio perdura en la actualidad, la del titular de la ermita desaparece a partir de 1.924.
Otro de los gastos que se refleja en las cuentas de estos años son 44 reales pagados por las 9 misas cantadas que se dicen en la novena de Santo Domingo pidiendo agua. Se traía la imagen de Santo Domingo a la parroquia, pues no había de San Gregorio, con el fin de pedir agua, en los días que preceden al día de la Ascensión, o cuando había necesidad de ella. En los primeros años del siglo XIX, las misas de la novena se pagaban al Cabildo eclesiástico con el dinero que se sacaba del arriendo de unos trozos de hierba llamados Los Girones. Esta costumbre del novenario también desaparece hacia 1.920.
Contrafuerte añadido.
En las dos romerías se repartían los mismos productos que se distribuyen en la actualidad aunque cambian los que consumían las autoridades. Así en 1.650, el 4 de agosto, se suministraron 2 robos de pan, 3 cántaros de vino, 5 libras de carne, especias y queso; este año actuaron los danzantes a los que se les dio un cántaro de vino. La mayoría de los años sólo hay gaitero que viene a regocijar la fiesta de Santo Domingo, pero no danzantes. En 1.860 los productos consumidos en el almuerzo dado en la basílica el día de San Gregorio son pan, vino, carne, aceite y chocolate. En 1.924 se consumen 7 robos de pan, 6 cántaros de vino, 7 kilos de mamantón, 2 botes de tomate y 2 de pimiento, una libra de chocolate, una libra de galletas, una pinta de leche y un litro de aceite, que es llevado por un carro con su caballería, cobrando por ello 6 pesetas; otras veces este gasto se refleja con la palabra “cansacio”.
Panorámica de la Sierra, con Ujué encima de ella.
La cabeza de San Gregorio
Cuando las calamidades del campo eran aun mayores de las habituales se acudía a traer la mismísima cabeza de San Gregorio. Así se trae en 1.687 para combatir la plaga de la langosta; en 1.762 para remediar la del cuquillo que padecían las viñas; en 1.767 para evitar el contagio del sapo o gusano; en 1.772 se trae para varios pueblos de la zona a causa del sapo que asolaba Olite, Beire y San Martín; en 1.817; en 1.888 en atención al mal estado general del campo y en 1.891 se acude a Peralta, donde se hallaba en aquel momento. A la cabeza acompañaba un gran cortejo: clero, criados, animales, etc. En 1.772, además de la limosna correspondiente, se gasta con el cortejo pan, tocino, aceite, tres pollos, 2 libras de carnero, un cordero, cuatro capones, bolas y bizcochos, una libra de chocolate; carne y garbanzos para los criados y dos robos y un cuartal de cebada para el ganado.
Ujué vista desde Santo Domingo.
Los ermitaños
Se sabe que la ermita era habitada por un ermitaño seglar desde antes de 1.678 en que fue propuesto Pedro Bidón por el vicario y Ayuntamiento para que el Obispo lo acepte y expida el título correspondiente, por muerte del anterior llamado Juan Salvador. El nombramiento solía ser “para durante su vida”. Sus funciones eran las de asistir y cuidar los adornos que había en ella. Se buscaba que fuesen “personas virtuosas, buenos cristianos y temerosos de Dios, apartados de ruidos y quimeras, que no entrasen en casas sospechosas ni anduviesen con mujeres de mala vida”. En 1.705 se nombra a Juan Celigueta, mancebo, hijo de vecinos de Pitillas; en 1.710 ocupa el cargo Juan Arregui; a éste le sucede en 1.715 Lucas Goyen y Martín de Arregui, que debieron durar muy poco, pues en 1.716 nombran a León Martínez, vecino de Beire, que quiere retirarse del mundo y es virtuoso; en 1.721 le sustituye por muerte, el también vecino de Beire Juan de Idoy; le sucede en 1.723 Juan de Celigueta, mozo libre y de adelantada edad, natural de la villa; en 1.729, por desistimiento de Celigueta, ocupa el puesto Gabriel Garde, vecino de Pitillas, quien estuvo hasta 1.749 en que por muerte es nombrado Sebastián Goyen, a petición propia, por el especial afecto que tiene al patriarca Santo Domingo. No aparecen nombramientos posteriores.
Tramo de muro en el perímetro del monte.
Anécdotas
Relacionadas con la ermita aparece algunas anécdotas como la acusación que tuvo lugar en 1.628 contra el beneficiado don Pedro Belza. Se señala que aquel año no se fue a la ermita el día de San Gregorio por haber llovido mucho y se hizo el domingo siguiente. Traído el Santo a la iglesia parroquial, dijo misa el vicario, y viendo que Belza quería decir misa, el sacristán le llevó la imagen al altar del Santo Cristo. Cuando acabó la confesión, Belza cogió el Santo y lo arrojó al suelo con mucha cólera, indecencia y menosprecio, escandalizando a todos los que allí estaban con su compostura. Un niño tomó la imagen y la llevó a la sacristía. Por esto y otras cuatro acusaciones más, usando con él de toda benignidad y esperando en adelante la enmiende, fue condenado en 3 ducados para gastos de las guerras que el rey hacía contra los infieles y en dos meses de intrusión dentro de la iglesia parroquial, no pudiendo salir durante 3 horas por la mañana y otras tres por la tarde.
Cimientos prolongados de la pared lateral.
El 4 de agosto de 1.842, después de la procesión a Santo Domingo, estando los vecinos entregados al descanso, hubo una contienda entre Manuel Arizpeleta y Vicente Ibáñez. La disputa vino a consecuencia de que unos perros movieron un conejo y lo siguieron, pero otros que salieron al encuentro lo cogieron. Arizpeleta dijo que según tenía oído, el conejo es para el que lo sigue; a ello se opuso Ibáñez diciendo que era un cochino y, porque Arizpeleta le repuso, Ibáñez le tiró tres boleos en la cabeza y una rasmadilla, con las uñas, en los labios. Mediaron personas entre ellos y los separaron. Arizpeleta señala que aunque en caliente le dijo “casta de ladrón”, no los tiene a él ni a su familia y se aparta de la demanda que había puesto ante el juez del partido. Se les impone 8 pesetas de multa, pagando 3 Arizpeleta y 5 Ibáñez. Ambos se conforman.
Tramo de la pared posterior opuesta a la entrada de la ermita.
El tesoro
Sabasan tenía cierto aire misterioso y el mismo año del descubrimiento de América se corrió por la Corte el rumor de que se escondía un tesoro de tiempos antiguos en la circunferencia de Santo Domingo de Sabasan, término de Ujué, Pitillas, Beire y Murillo el Cuende. El virrey, don Gabriel, señor de Abenes, mandó a su capellán mosén Johan Chapón y a su escudero de Olite, Juan de Ezcaray, para que lo hiciesen buscar por medio de personas “que tengan industria y saber”. Nunca más se supo de él, hasta que un siglo más tarde, en 1.598, por la Virgen de septiembre, Joan Zuría de Novar, Simón Francés, Miguel de Turrillas, vecinos de Pitillas, Joan de Lerga, vecino de Santacara, y Martín de Huarte, vecino de Sádaba, comienzan a abrir en el cabezo de Santo Domingo cierta mina por haber tenido noticia Huarte de que había algún tesoro en dicho monte. El sustituto fiscal de Olite, velador de los intereses del rey, manda prender a los defraudadores con el fin de apoderarse del tesoro hallado, cosa que no había ocurrido, pues Simón Gordo, justicia de Pitillas, por mandato del alcalde, había acudido al monte junto con otro vecino, y había reconocido lo cavado no encontrando cosa alguna de tesoro ni indicios que pareciesen haber tesoros, sino sólo tierra. Por si acaso, el rey los dejó libres y les concedió una licencia para que Huarte y los demás pudiesen seguir trabajando en la mina y en otras que hallaren en el Reino, dando conocimiento y la parte del posible tesoro que le correspondía. Por su parte el sustituto fiscal de Olite, Miguel Moliner, acordó con los acusados que recibiría la parte y porción que a ellos les cupiere de todo el tesoro que hallaren en dinero, oro, plata, joyas u otros metales, dándoles dos partes a ellos y quedándose Moliner con la otra.
Entre los papeles hay dos notas con instrucciones para encontrar los tesoros de Peralta y Pitillas. El de Peralta dice: “En pasar el puente, a mano derecha, hay una atalaya del tiempo viejo. Tiene una ventana cara el sol. Suban a la ventana la mañana de San Juan, antes que el sol salga; métanse de pie, de cara al sol y donde diere la sombra de su cabeza habrá unas tinajas de monedas con una losa encima y en una de ellas hay una piedra preciosa y será bienaventurado el que lo hiciere. El de Pitillas, muy confuso e ilegible, parece decir algo como que en el camino de Santacara que va a Beire hay un pueyo pelado donde está nuestro pozo. En el mismo pueyo, cara el sol de la mañana, casi a mano izquierda está el pozo de la riqueza que no tiene cuento.
Parte de la mitad de la ermita, lugar del ermitaño, sobre una base más amplia.
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